Posiblemente el país en cuestión sea Venezuela, que en estos momentos no recuerdo dónde se encuentra y es que posiblemente está tan manido el asunto, que lo haya olvidado. Así que, ¿cómo puedo largarme de la información machacona, que no fiable, de estos últimos tiempos con la que me invaden todos los medios? Para qué engañarnos , pierde actualidad en milisegundos, dura menos de lo que canta un gallo.
En fin, me compré un vestidito blanco monísimo para ir a la playa, playa que tengo a unos metros de mi casa. La finalidad no era otra que renovar mi fondo de armario marinero. Pues bien, no lo he estrenado. Me lo pongo y me parece que voy a ir en camisón “onthebeach”.
Bueno, pensé, “lo dejaré para ir al súper”. Mas, me vuelve a ocurrir lo mismo. De nuevo siento que me acabo de levantar y cual sonámbula a las nueve de la mañana, me dirijo al market… ¡en camisón! O liada en una sábana de lino de mi abuela Carmen, con mi nombre bordado en letras primorosas.
No, no se trata de exhibicionismo, para eso están los vestidos lenceros, que parecen los camisones que tengo de mi madre, los cuales superan en diseño y glamur a todos los que veo en tiendas o catálogos de reputadas firmas. En otro orden de cosas, descubrí hace tiempo, que lo que me hace poner kilos o gramos, afino mucho, lo sé, son las patatas fritas de cualquier tipo, ojo, pero no de cualquier calidad. Está bien, lo asumo desde mis 53 kilos, es que quiero bajar un poquito. Así que marchas a tope, aerobic, y nada de chips.
El relax veraniego y las siestas son fantásticos aunque… Así que miro el vestido, talla 38, y sé que no me lo pondré aunque estuviera firmado por Chanel, con orquídea y todo. Suspiro. Ahí se quedará en la percha hasta que una de mis hijas me lo pida prestado y se lo quede. Respiro aliviada.
