El mayor éxito, indiscutiblemente, de nuestra promoción patrimonial, desde la universalización de la información gracias a internet, es la iniciativa #cuatrocaras. Que multitud de museos nacionales e internacionales, entre los cuales, el Louvre, el Hermitage o el mismísimo Prado, hayan aportado su eslabón a la cadena originada en nuestro Palacio de Nájera, más allá del dato anecdótico, es una increíble noticia y un excelente reclamo.
En el siglo XX el arte entró de lleno en el mundo del márketing y se convirtió en un producto de mercado más. Esto lo entendió magistralmente, por ejemplo, Andy Warhol al desmitificar figuras relevantes presentándolas por cuadruplicado con variaciones de color sobre idéntica base jugando con el concepto de reproducibilidad, publicidad y mercado. El arte se instaló en un mercantilismo que requería, indefectiblemente, de publicidad.
De hecho, la imagen icónica del arte universal, la de la Sra Lisa, esposa del Giocondo -protagónica, curiosamente, tanto de las obras de Warhol como de la mayor parte de imágenes impresas en pantalla bajo el hastag antequerano- es la constatación de que el arte requiere, desde las dos últimas centurias al menos, de difusión y publicidad más que de calidad propia. ¿Alguien duda que no es más que una del montón entre la magnífica obra de Leonardo? A pocos interesaba La Gioconda o su sonrisa antes de su esperpéntico y mediático robo en 1911 y, sólo a eso, debe su popularidad.
En el siglo XXI el arte, y la museología, entran de lleno en el mundo del márketing digital que, por definición, permite una proyección totalmente universal y democrática. De este modo, nuestro Museo, entendiendo el tiempo que vive y la oportunidad así brindada, por primera vez, frente a sus homólogos gigantes, ha jugado sus cartas magistralmente. Bravo.
