Ya inmersos de nuevo en el tiempo ordinario, este domingo contemplamos en el Evangelio de Juan la narración del primer milagro obrado por Jesús. Aunque Él insistía en que “no había llegado su hora”, la petición de ayuda de los esposos que celebraban su boda junto con la de su madre, María, hacen que Jesús dé muestras de quién es a través de sus obras.En aquella época, la alegría por la celebración de un enlace matrimonial estaba ligada a la existencia de vino para todos los que festejan dicho acontecimiento.
“El vino alegra el corazón” es una frase que describe muy bien el significado de la existencia del vino en una celebración de dicho índole para la gente de aquel tiempo, ya que el vino es signo de alegría. Esta alegría poderse verse interrumpida ante la falta de este elemento y podría llegar a fastidiar la celebración. Jesús se presenta y finalmente resuelve la situación, convirtiendo el agua de las tinajas en vino y, ante la sorpresa de todos, destacan la calidad del vino que bebieron en la recta final de la celebración, llegando incluso a reprochar el hecho de no haber servido primero el buen vino y haber dejado para el final el de menor calidad.
Sin embargo, toda esta escena es un símil de nuestra vida con Cristo. Cuando no nos dejamos abrazar por Dios, nuestra vida puede volverse rutinaria y monótona, hasta llegar a perder el buen sabor y la esencia del sentido de nuestro existir: éste sería el vino de peor calidad. En cambio, cuando nos dejamos abrazar por Dios y nos contagiamos de su vida y de su amor, nuestra vida cambia y deja de ser monótona para estar más viva que nunca y rebosar de alegría: éste sería el vino del milagro de las bodas de Canaán.Vino nuevo para odres nuevos. Que nuestro ser cristiano sea tinaja nueva para llenarla con el mejor sabor del amor de Cristo en nuestro día a día.
