Así empieza una de mis canciones favoritas del inigualable Serrat. En estos días me pregunto si realmente es así. Me pregunto si yo soy así y me parezco a mi padre tanto como me gustaría. En todo proceso de crecimiento como persona, todos vamos haciendo acopio de experiencias mientras dura ese camino. Experiencias y emociones que vamos almacenando en un rincón recóndito de nuestra memoria y la mayoría de las veces las vamos dejando ahí sin hacerles mucho caso, hasta que llega un momento en que la vida te invita a reflexionar y mirar hacia atrás. Es entonces cuando abres ese cajón de la memoria y te das cuenta de la infinidad de buenos ratos tienes allí almacenados y si en ese cajón tienes la memoria de tu padre, te das cuenta de la infinidad de tesoros que te ha ido dejando y tú, a veces, has ido guardando sin darte realmente cuenta del valor que tenían.
Y es ahora, cuando es mi padre quien falta físicamente, cuando me doy verdaderamente cuenta de ese inmenso tesoro que tengo guardado y que ahora, con la experiencia de los años vividos, me pongo a revisar poco a poco. Disfrutando de cada uno de los recuerdos, de las experiencias, de todo aquello que me inclina a parecerme cada vez más a él, aunque se que es misión imposible. Todos podemos recordar la visión que tenemos durante la infancia de nuestro padre como gigante capaz de todo y que siempre te protegerá, concepto que con los años vamos olvidando, hasta que te das cuenta de nuevo, que allá donde esté cada uno de nuestros padres, siempre serán gigantes y nos estarán protegiendo.
Ojalá mi memoria quede también guardada en algún cajón secreto y que cuando se abra, alguien dibuje una sonrisa en su cara humedecida por las lágrimas.