Llevamos ya una buena temporada escuchando y viendo impresos una seria de términos que cada día se nos hacen más familiares, pero nunca está de más echar un ojo a la historia y descubrir sus orígenes.
Uno de estos términos es el de cuarentena. Si consultamos el diccionario de la Real Academia de la Lengua, nos encontramos que la cuarentena es en una de sus acepciones, el “aislamiento preventivo a que se somete durante un periodo de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”. Pero si ponemos el ojo en la historia, podemos encontrarnos ejemplos de esta medida ya en el año 293 a. C. en Roma y en el año 736 de nuestra era, cuando San Othmar previó alojar a los leprosos en un “hospitiolum ad suscipiendos leprosos”, separados de los demás. Pero podemos considerar como fundador de la cuarentena tal y como la entendemos hoy al Vizconde Bernabo de Reggio, que el 17 de enero de 1374, promulgó un decreto contra la introducción y propagación de la peste. Hay que señalar que se imponía un periodo de observación de 10 días y no de 40 como indica la etimología de la palabra cuarentena.
En cuanto al periodo de 40 días que se estableció posteriormente, podemos encontrar la influencia de la religión cristiana y la aparición de este periodo en diferentes pasajes de las Sagradas Escrituras. El diluvio universal duró 40 días y 40 noches y este fue también el tiempo que permaneció Jesús en el desierto antes de empezar su vida pública.
Podemos observar que no es nada nueva esta práctica para prevenir el contagio y propagación de una enfermedad y que ha demostrado a lo largo de la historia de sus beneficios. Su finalidad es evitar que, durante el periodo de contagio de una enfermedad, ésta se transmita entre los convivientes de una persona enferma o sospechosa de estarlo, rompiendo así la cadena de transmisión de una enfermedad.
Es por eso que debemos seguir a raja tabla las recomendaciones de aislamiento y cuarentena en caso de presentar un positivo en SARS-Cov 2 o cuando seamos un contacto estrecho. La historia y sus logros no pueden estar equivocados.
Y para finalizar. Y siguiendo con nuestra mirada a la historia, hagamos caso de Florence Nightingale, precursora de la enfermería moderna, y extrememos la higiene de manos.
