jueves 21 noviembre 2024
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Santa Clara: vicisitudes históricas de un templo barroco y su restauración para Centro Cultural

Cuando en 1943 se publicó en Málaga la primera edición del libro Las iglesias de Antequera, obra imprescindible en tantos aspectos del pintor y escritor antequerano José María Fernández Rodríguez, no se incluía en el texto un capítulo dedicado a la iglesia ex conventual de Santa Clara de la Paz, que en aquel momento todavía conservaba algo de su antiguo amueblamiento de retablos e imágenes.

En todo caso el olvido no fue exclusivo de este antiguo templo de monjas clarisas, pues tampoco se estudiaban la parroquia de Santiago ni los conventos de Capuchinos y de la Victoria. La no inclusión en el libro de todas estas iglesias sorprendió a muchos e incluso se llegó a especular bastante en aquel momento, si bien la verdadera razón de ello era bastante sencilla y carecía de intencionalidad. Cuando José Antonio Muñoz Rojas le propone a Fernández la posibilidad de hacer un libro sobre las iglesias de Antequera, contando con los artículos monográficos referidos a diversos templos antequeranos que ya había publicado en revistas locales a lo largo de muchos años, también le pide que escriba de algunas iglesias sobre las que nunca había tratado. Como la oportunidad apremiaba abordó los nuevos capítulos de manera apresurada y sin apenas extensión; y llegó hasta donde llegó y hasta donde le dio tiempo.

El hecho de que años después, en 1958, la iglesia de Santa Clara fuese totalmente desmantelada de bienes muebles, para redistribuir sus espacios (iglesia, sacristía y salones existentes sobre ésta) en diferentes clases de la escuela parroquial de San Pedro, hizo el resto para que este importante monumento del barroco antequerano no llegase a ser tenido en cuenta como parte integrante del patrimonio artístico local. Sólo la catedrática Rosario Camacho Martínez se ocupa de estudiar la iglesia de Santa Clara de la Paz en su obra Málaga Barroca (1981), cuando ya era usada como almacén de un particular. Pero para la mayoría de antequeranos este antiguo templo siguió siendo considerado como una escuela abandonada y sin apenas uso.

Siglos de vida conventual

Las monjas clarisas franciscanas fundaron en Antequera en el año 1603, gracias a las donaciones aportadas por doña Francisca Osorio Navarrete, natural de la villa de Estepa e hija de don Gaspar de Navarrete, oidor de la Real Chancillería de Granada. Esta señora, que estaba divorciada de su marido don Rodrigo de Zárate, junto a otras seis monjas formaron la primera comunidad el día 16 de diciembre de aquel mismo año y en el sitio que habían señalado los franciscanos observantes del cercano Real Convento de San Zoilo, concretamente entre las calles Duranes y Cómitre (la actual Santa Clara). Como dato curioso podemos añadir que doña Francisca mostró su intención de entrar de monja al convento con sus bienes muebles y una esclava para su servicio, algo que, por raro que hoy nos pueda parecer, era bastante usual en aquella época.

Las obras de la actual iglesia comenzaron treinta años después de la primitiva fundación, en 1633, y fueron llevadas a cabo, según proyecto y condiciones del padre jesuita Jorge Camorra, por el arquitecto sevillano Fernando de Oviedo, éste a su vez hermano de Andrés de Oviedo, quien también fue arquitecto y maestro mayor de obras de la ciudad de Sevilla. Fernando de Oviedo, que era natural de Estepa, realizó en Antequera otras importantes obras en los conventos de los Remedios y del desaparecido de la Concepción de la Sierra (Carrera). A partir de 1642 interviene en la obra de la iglesia de Santa Clara el maestro alarife Juan Muñoz Bustamante, quien realiza los coros alto y bajo, la espadaña y la caja de escalera conventual. Pero la obra que dio gran entidad a este templo fue la nueva capilla mayor, concluida en 1756 y costeada por su patrono don Francisco de Eslava Almazán, con la que se ampliaba la iglesia por la zona de la cabecera. Desconocemos el maestro que proyectó y realizó esta última fase, pero su decoración de yeserías en pilastras y pechinas de la capilla mayor y presbiterio son paradigma del barroco ornamental antequerano, enlazando con la mejor tradición castiza del maestro escultor y retablista Antonio Ribera.

 

Desamortización y escuela parroquial

Las consecuencias de la llamada Desamortización de Mendizábal, en realidad Juan de Dios Álvarez Méndez (1790-1853), también tuvo sus efectos en la comunidad de monjas clarisas de Antequera, como han estudiado ampliamente los hermanos Francisco y José Manuel Leiva Soto. El solar conventual era ciertamente extenso, con fachadas a calle Santa Clara, calle Duranes, callejón Martínez e incluso una salida a calle Lucena, aunque la verdadera riqueza, que sostuvo el convento durante siglos con un buen número de monjas, eran sus grandes posesiones en tierras cultivables y fincas urbanas, de las que obtenían importantes beneficios mediante el sistema de arrendamiento. Sin embargo, cuando se produjo el proceso desamortizador a partir de 1836 el número de monjas había disminuido, la gestión del arrendamiento de sus posesiones era un verdadero desastre y el propio convento, que llegó a tener nueve patios, estaba en estado ruinoso y sin posibilidades de efectuar las costosas y urgentes reparaciones que eran necesarias. La exclaustración de las monjas clarisas se produjo el día 2 de agosto de 1841 a petición de las propias religiosas, ya que habían perdido todas sus posesiones rústicas y urbanas –vendidas por el Estado en pública subasta– y, como ya aclaró Antonio Parejo en su día, el estado ruinoso del edificio fue determinante en su decisión de abandonar. En este punto hay que añadir que las monjas, viendo que su estancia en el convento estaba llegando a su fin, procuraron sacar las piezas de valor artístico y devocional de tamaño medio y pequeño que consideraron más queridas, depositándolas provisionalmente en casas particulares; algunas de ellas aún se conservan en el actual convento de Santa Clara de Belén, como es el caso de las dos magníficas esculturas de Luisa Roldán, la Roldana, que representan en tamaño mediano a San José y San Nicolás, y que en la iglesia de calle Santa Clara sabemos se mostraban en el retablo mayor expuestas en sendas urnas.

Finalmente, el edificio conventual, salvo la iglesia y la sacristía que pasaron a propiedad del obispado, fue subastado el 10 de abril de 1842. Pasados algunos años y con una situación política diferente, cuando la comunidad de clarisas quiso refundarse en Antequera tuvo que hacerlo en el antiguo convento de frailes carmelitas descalzos de Nuestra Señora de Belén, abandonado durante bastantes años y que había sido adquirido a tal efecto por don Francisco Rojas Díez de Tejada, marqués de la Peña de los Enamorados. La nueva fundación o refundación de las clarisas antequeranas se llevó a cabo en el referido edificio el año 1859.

Siendo propiedad del obispado de Málaga y dependiendo de la parroquia de San Pedro, la iglesia y sacristía de Santa Clara de la Paz tuvieron algunos usos a comienzos de siglo XX, primero como sede de la Conferencia de San Vicente de Paul y, ya en 1958, como clases de la escuela parroquial antes referida, dependiente del Patronato Diocesano. Todavía son muchos los antequeranos que recuerdan sus años como estudiantes de primaria en aquellas improvisadas aulas. La nave de la iglesia, con apenas la separación de unos simples tabiques, se dedicó a despacho del director el espacio más pequeño y a zona de recreo el más amplio. Las aulas para dar clase se instalaron en la alargada sacristía y en las habitaciones que había sobre ella y a las que se accedía, de manera provisional, mediante una escalera de obra nueva situada en el lateral derecho de la nave del templo. El coro alto no tenía acceso y el coro bajo, que estaba tapiado respecto a la nave de la iglesia y tenía salida a la calle, ya había sido cedido a un particular, por la propia parroquia de San Pedro, para descargadero de frutas y verduras con fecha anterior a la instalación de la escuela.

El 16 de julio de 1973, finalizando el periodo franquista, se inauguraba el nuevo Colegio Nacional Vera-Cruz, que se había construido en la cima del cerro del mismo nombre, con la asistencia del entonces alcalde de Antequera Francisco Ruiz Rojas, el gobernador civil Víctor Arroyo y Arroyo y el presidente de la Diputación Provincial Francisco de la Torre Prados, actual alcalde Málaga. Este hecho, junto al traslado de los alumnos de la escuela parroquial al nuevo centro, supuso el fin de la función docente de la iglesia de Santa Clara y su cierre y abandono durante algún tiempo.

 

Almacén para estocaje de Alimentación Pura y Bazar Olmedo

En 1974 la parroquia de San Pedro, a través del obispado de Málaga, decide vender la iglesia de Santa Clara a la familia Olmedo Manzano para almacén de estocaje de las dos tiendas que tenía en la misma calle, una de alimentación y otra de material de bazar. La escritura de compraventa fue firmada el 17 de septiembre de 1974 entre el entonces obispo de Málaga Ramón Buxarrais Ventura y los compradores Enrique y Francisco Olmedo Manzano por valor de 1.410.000 pesetas. En ese momento la nueva propiedad hace una importante reparación de los tejados y, en buena medida, remoza la fachada con ciertas intenciones restauradoras. Con esta actuación se salvan las yeserías barrocas de la capilla mayor y presbiterio, dándole una nueva oportunidad de vida al edificio. Durante algo más de una década el antiguo templo mantuvo el uso para el que fue adquirido, pero pasado ese tiempo los tejados vuelven a dar serios problemas debido a las filtraciones de agua de lluvia y el inmueble deja de tener utilidad. En los años siguientes el edifico permanece cerrado y sin uso, de manera que los problemas de conservación comienzan a agravarse. A finales de los años ochenta un anticuario local me ofrece, para que fuesen adquiridos por el Ayuntamiento, algunos de los escudos nobiliarios de la familia Eslava Almazán que decoraban las pechinas de la capilla mayor –pintados sobre lienzo y encajados en bastidores de madera–, que se habían desmontado por ignoro qué procedimiento. Lo cierto es que se compraron por si algún día la iglesia de Santa Clara llegara a ser propiedad municipal y pudieran volver a ser colocados en su sitio. Lo que ocurriría bastantes años después.

 

Adquisición municipal

Ya iniciada la década de los noventa en el Ayuntamiento supimos que la propiedad estaba en disposición de vender el histórico inmueble, puesto que en aquel momento carecía para ella de una utilidad concreta. Siendo yo alcalde desde 1994, le encargué al asesor Antonio Pavón Fernández que tanteara el tema para entrar en negociaciones de compra. Y el asunto se planteó, mediante una estrategia de cierta complejidad, para que no hubiese que desembolsar cantidad alguna del presupuesto de inversiones municipales. Manuel León de las Heras, que entonces era aparejador municipal, nos recordó que existía desde hacía años una olvidada parcela propiedad del Ayuntamiento que estaba ‘encerrada’ entre el edificio del concesionario de coches Peugeot (salida hacia Córdoba, esquina a cuesta de Miraflores) y la zona no edificada del Parador de Turismo, la cual podría interesar al primero como única forma de ampliar sus instalaciones. El valor técnico de esta parcela era el mismo que los propietarios de Santa Clara pedían por su edifico: 9.500.000 pesetas. Así que se firmó un convenio según el cual si la compañía mercantil Escalante Aguilar, S.A. (Concesionarios de Peugeot) compraba la iglesia de Santa Clara, el Ayuntamiento se comprometía a su permuta por el solar municipal que a ella le interesaba, sin que esta operación supusiera coste en metálico alguno para los antequeranos. En virtud del acuerdo del pleno municipal extraordinario de 2 de octubre de 1997 fui autorizado como alcalde-presidente para la firma de la escritura de permuta que se llevó a cabo al día siguiente entre ambas partes: Santa Clara, su sacristía, dependencias superiores y un pequeño patinillo ya eran propiedad del Ayuntamiento. Ahora había que pensar en su restauración y puesta en valor para usos culturales.

Un último escollo de trámite, que ya conocíamos desde un principio, hubo que resolver. El 25 de marzo de 1971, cuando se sabía que la escuela parroquial se iba a clausurar para el traslado de sus alumnos al nuevo Colegio de Vera Cruz, el párroco de San Pedro Antonio Velasco Gómez arrendó a Juan Molina Pérez el coro bajo de la iglesia, con salida directa mediante una puerta a la calle, para almacén de frutas y verduras, añadiendo una cláusula según la cual si el obispado algún día decidiera la venta del resto de la iglesia y demás dependencias, el arrendatario tendría “preferencia a cualquier otro comprador y en caso de no interesarle dicha compra se compromete a dejar vacío el local dentro de los tres meses de notificación de compra”. Los herederos del arrendatario –que ya no hacían uso del local desde hacía muchos años– no ejercieron su derecho, pero un joven que estaba utilizando este espacio para almacenar una estructura de caseta de feria y otros materiales, intentó hacer valer unos inexistentes derechos adquiridos, no queriendo desalojar. Con el asesoramiento del abogado Juan Alcaide de la Vega, decidimos demoler el tabique que cerraba el coro bajo y trasladar todos aquellos trastos directamente a los almacenes de Servicios Operativos Municipales del Camino de la Campsa, por si su propietario estaba interesado en recuperarlos. Pasado el tiempo legal establecido todo fue trasladado y arrojado al vertedero municipal.

Comienza la restauración

Obtenida la propiedad de todo el inmueble comenzamos a dar los siguientes pasos para su restauración integral. La primera actuación consistió en retirar todos los escombros y objetos inservibles que se habían acumulado durante los últimos años, procediéndose a su vez a eliminar aquellos elementos parasitarios de obra que no correspondían al edificio histórico. Y pronto se comprobó que, si no se hacía nueva la cubierta de la capilla mayor y presbiterio, el conjunto de magníficas yeserías barrocas corría peligro de desaparecer. Esta obra urgente, llevada a cabo en 2004 por el Ayuntamiento, sería el inicio de las que vendrían después dentro de la programación presupuestaria de la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, cuando Rosa Torres era la consejera y yo el director general, y que duraron hasta el año 2009. La adquisición, por parte del Ayuntamiento, que presidía como alcalde Ricardo Millán Gómez, de la casa de vecinos existente a la derecha de la iglesia, que en el pasado formó parte del antiguo convento, y de los locales comerciales existentes en planta baja del edificio de aparcamientos situados a continuación, completó los metros necesarios para configurar un auténtico Centro Cultural para la ciudad. Una inversión total cercana a los tres millones de euros a la que hoy apenas se le da uso en sus espacios de mayor valor patrimonial.

La repristinación del templo

Antes de comenzar la intervención restauradora de un edificio histórico cargado de valores patrimoniales es fundamental llevar a cabo un estudio detallado del mismo: conocer su historia, saber de sus vicisitudes a través del tiempo y tener claro el uso que se pretende dar al bien recuperado. Para ello es imprescindible aplicar las metodologías de restauración monumental que plantean tanto el conocimiento en profundidad del edificio (patologías, vicios ocultos…), como el estado de la cuestión en el campo de la Historia del Arte que le es de aplicación o aquellas otras investigaciones específicas que nos pueden aportar la información necesaria. Después vendrá la toma de decisiones que llevará a conformar el proyecto definitivo de restauración-conservación. Al final, el objetivo primordial de todo este proceso se concreta en la recuperación del propio monumento en todos sus valores, algo que, en un caso como el que nos ocupa, posibilitó la dotación de las funcionalidades necesarias para su potencial uso cultural.

De muchos de los conceptos que aquí se expresan ya nos hemos ocupado en algunos apartados anteriores de este texto, por lo que ahora sólo cabe expresar sucintamente las diferentes fases llevadas a cabo en la intervención de la iglesia de Santa Clara para llevarla a su estado actual. En primer lugar se planteó hacer completamente nuevas todas las cubiertas del edificio –ya dijo Chueca Goitia que los monumentos mueren por el tejado–; en segundo lugar tratar todas las fachadas exteriores para restituir su formalización primigenia; y en tercer lugar intervenir todos los espacios interiores, saneando paramentos, recuperando la policromía de las yeserías que estaban encaladas de blanco, y rehacer la derruida bóveda de medio cañón de la nave central y dotar de solerías de mármol y de las carpinterías de maderas adecuadas a todo el edificio. Capítulo aparte y de no menor complejidad fue el referido a las instalaciones de cualquier tipo (electrificación, iluminación, climatización…). Dicho así parece todo muy sencillo, pero, una vez redactado y aprobado el proyecto, después vinieron años en los que hubo que tomar no pocas decisiones casi a diario cada vez que el monumento ‘hablaba’, muchas de las cuales pude compartir con el arquitecto Félix Jiménez Zurita y con la empresa restauradora Hermanos Campano, S.L., adjudicataria de las obras en sus diferentes fases. La empresa antequerana Chapitel, Conservación Restauración, S.L., por su parte, llevó a cabo en el año 2005 la minuciosa restauración de las yeserías de la capilla mayor –recuperando toda su rica policromía que estaba oculta bajo numerosas capas de acal–, nave, sotocoro y sacristía, así como las pinturas y esgrafiados del claustrillo de los Jazmines. Poco después esta misma empresa intervino la portada de ladrillo de la iglesia, reponiendo todas aquellas piezas que habían desaparecido, una obra que ya atribuimos al maestro alarife Nicolás Mejías. En la hornacina del ático de esta portada se incorporó una escultura de Santa Clara, que talló en caliza roja del Torcal el artista antequerano Antonio García Herrero en los talleres municipales de cantería.

Los escudos nobiliarios de la familia Eslava Almazán de la capilla mayor, que como ya dijimos anteriormente el Ayuntamiento había comprado a finales de los años ochenta del siglo pasado, se volvieron a encajar en su sitio y los que faltaban los hizo nuevos Antonio Cabanillas Peña, autor asimismo de los que decoran la ‘Panera’ del Archivo Histórico Municipal de Antequera. 

En cuanto a la funcionalidad del edificio restaurado se planteó que la iglesia y la sacristía tendrían un uso fundamentalmente expositivo, quedando el resto del edifico para oficinas de la Fundación Municipal de Cultura y las zonas más modernas como talleres y como Salón de Danza.  De hecho, los espacios de la iglesia y sacristía acogieron en un principio dos magnas exposiciones, las conmemorativas del Centenario del nacimiento del poeta Muñoz Rojas (“Entre otros recuerdos. José Antonio Muñoz Rojas: 100 años”, comisariada por el catedrático Antonio Parejo Barranco), celebrada entre el 7 de octubre y el 30 de diciembre de 2009, y de la incorporación de Antequera a la Corona de Castilla (“Antequera 1410-2010, Reencuentro de Culturas”, en colaboración del Ayuntamiento con la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales), que estuvo abierta al público entre el 15 de septiembre de 2010 y el 7 de enero de 2011.

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