Es la segunda vez que acudo a una prueba de novia. Mi hija Marina ha decidido casarse con su querido Dani, bueno lo han decidido los dos. Verla vestida de novia es… voy a decir emocionante, sorprendente, mágico. Pero realmente ningún adjetivo supera la prueba de las emociones. El metro las ha dejado, a Maria y a Marina, cerca del lugar donde los tules, los bordados, los tocados, las ilusiones se convierten en alegría de boda. Van llegando. Eso dice un wasap que me acaban de enviar.
Mientras, me dedico a caminar por los alrededores de La Gioconda que es nuestro punto de encuentro. Mi app me cuenta todos los pasos y mi top ten está en 10.000. La iglesia de Sagrado Corazón está situada frente a mí. Recuerdos de mi época de estudiante, cuando vivía en calle Larios compartiendo piso con amigas. Veo que he sido impuntual, he llegado con 30 minutos de adelanto. Disfruto del frescor de la tarde mientras pienso en las personas que son maniáticas o han sido favorecidas con el don de la puntualidad, del orden, de la clasificación de ese misterio de no perder nada. Aviones, taxis, trenes con horarios estrictos y el sentido del honor impuesto por el minutero. En verdad el orden extremo a mí me sume en la confusión, me crea inestabilidad, desasosiego y es aquí cuando capto lo diferentes que podemos ser unos de otros. Tengo alarmas en el móvil, en mi reloj en las agendas.. pero sin embrago a veces esto desaparece y me quedo sin referente. Investigo nuevas tiendas en esta zona, porque cada vez que la visito, unas han cerrado y en su lugar otras abren sus puertas incluso con objetivos diferentes. A ver, donde siempre he encontrado abanicos y complementos ahora veo una tienda de artículos de regalo para turistas al por mayor. ¡Mamá! Han llegado. El vestido de novia nos espera.
