«Resiste mucho, obedece poco»
(Walt Whitman)
Esta tierra tiene el sol que tiene la otra tierra, la misma luna, las mismas heridas o caricias las mismas alegrías y las mismas penas. Nota, eso sí, más seca su faz, su rostro se cuartea en una dolorosa mueca de ausencia. La marcha se agolpa en la entrada del puerto. El mar y la tierra. El ruido clama ante la desigualdad. “A la calle” La voz se alza sobre los campos y sobre el asfalto de las ciudades. Cansados de esperar, cansados de la competencia desleal de los países no comunitarios. ¿Razones? Todas, unos y otros.
Los tractores, máquinas parlantes de tosco perfil, avanzan sobre territorio desconocido, hacia horizontes de ladrillo que enfilan avenidas, calles y plazas. Desde donde se contempla el hambre del campo, de los agricultores o ganaderos con un catalejo que acerca posturas o las aleja para volverlas enredos ininteligibles. Se labra la tierra. La burocracia llama a la puerta de todos.
Sembrar y recoger, aguantar sequías, injusticias políticas y sociales, aislamiento y desventajas. Hasta aquí han llegado. Pancartas reivindicativas:“ En el campo tres céntimos, en el supermercado tres euros”. Intermediarios. Desde el árbol. Desde la tierra, emprenden un viaje que parece empinado, muy cuesta arriba. Resumir las palabras para, el vacío que se siente y que entren en una cartulina es una labor ímproba, es decir, intensa, agotadora, pesada, costosa, abrumadora. A los lados de este trayecto se quedan horas de trabajo, ilusiones o desesperanza. Una cadena alimentaria que lastra los costes de producción. Aparece la hipocresía y de nuevo la deslealtad. No es fácil no.
Envejece la población rural y los jóvenes que vieron a sus padres o abuelos no ven el color a una vida que esta vacía de políticas agrícolas efectivas. Llega el impacto del cambio generacional sin estar preparados.
Así, ¿qué puede el hombre contra la locura de todos? No se presiente un futuro esperanzador, solo la extrañeza de algo conocido que se aleja cada vez mas.
