Es cierto que está muy visto hablar de más lectura y menos wifi. No pretendo a través de estas líneas redundar en lo obvio más de lo necesario. Los beneficios de la lectura son tan amplios e importantes que no podríamos existir tal y como hemos llegado a ser sin el necesario uso de la escritura y la lectura. Ahora estos parecen métodos arcaicos pero debido a su genialidad son los pilares de la civilización.
Cuando en las manos de la infancia o de la juventud sustituimos un libro o un bolígrafo por un aparato tecnológico, estamos sesgando la capacidad creativa, de reflexión, de conocimiento, aprendizaje, espíritu crítico, expresión, comunicación… Las ventajas de que los pequeños de la casa se encuentren conectados son entre otras la aparente calma que se respira en el hogar, lo que propicia el descanso de los padres o el resto de la familia. Pero en realidad esa persona está desconectada de la realidad, de las personas que le rodean, privadas del necesario aburrimiento fuente de tantas ideas mejores o peores. Y lo que es peor, expuestas a múltiples riesgos de los que no son conscientes ni están preparados para afrontar.
Los conflictos surgen cuando se intenta limitar o prohibir el uso, por lo que muchas veces se sucumbe en el intento. Pero no porque sea lo normal es sano, no porque sea la moda es beneficioso y no porque dejando que estén conectados nos darán menos problemas. La labor del educador a veces es ingrata y podemos parecer enemigos cuando establecemos límites y normas o cuando se establecen consecuencias a las conductas inadecuadas.
Sin embargo es lo que implica querer de verdad a los que nos suceden, hacer lo que necesitan que hagamos por ellos. Por ejemplo usar nosotros menos el móvil, limitarles su uso, proponerles alternativas de ocio o aguantar las embestidas de la frustración. Lo más efectivo es poner en práctica todas estas opciones para lo que la realización de nuestra escuela de padres es garantía de éxito.
