La pesadilla acaba de empezar. Las sombrillas de colores aún permanecen atónitas bajo el sol implacable de estos días finales de Agosto. El aire acondicionado no da abasto, los grados exteriores suben, se condensan en una atmósfera alocada y luego se detiene en los termómetros sobre números impensables, increíbles, casi irreales, a no ser por las gotas de sudor que recorren los rostros asombrados o indiferentes de todos los mortales que van y vienen sin un propósito claro, sobre la faz de estas tierras.
En cuanto a los grados interiores, ellos luchan por enfriar todo lo que tocan: personas y objetos de lo más variopinto, como puede ser el último recoveco de un dormitorio o un jarrón de cristal del salón, por no hablar de aquellas toallas de color melocotón que habitan los cuartos de baño a la espera de ser usadas en su función de secar el cuerpo tras baño o ducha y que ahora casi disfrutan de unas vacaciones ganadas con el sudor de su frente, pues han entrado en el escenario los colorines abigarrados de las toallas de playa o piscina que para el caso es lo mismo.
Se pueden oír murmullos quejicosos salidos de plantas que se quejan incómodas frente a los 25 grados de fresco que no soportan y mucho menos cuando les toca de frente el chorro helado de las máquinas que los fabrican. Desde el móvil, controlamos este espacio frío y salvador. Nuestro hogar, oficina y no digamos grandes superficies comerciales, se convierten en los espacios salvadores de la canícula agosteña. Islas que nos separan del mercurio desenfrenado. Aunque hay que reconocer, que algunos chorros de aire frío surcan los espacios con una frescura muy discutible. Lo olvidábamos, argumentar sobre esto, litigar, sube la temperatura, desata el calor corporal y desde luego el mental, literalmente se nos cuecen las ideas.
En fin todos pensamos que es lo normal. ¡Es verano! Y los abanicos olvidados, salen de sus escondrijos para lidiar con ese frío sintético y tan valorado en estos días. ¡Aire, aire!
