Como si fuera ayer. El verano termina porque así lo dicen las fechas, la climatología, los trabajos, los asuntos escolares, los otros asuntos y porque nos empeñamos en que llegue el otoño antes de tiempo. Ganas de cambio tal vez. La arena sigue cálida, los saludos amigos también. La tarde no cae, se desliza sobre el mar. Uno de los atardeceres más bellos que conozco.
Contrastes escritos. Estoy leyendo a Olga Tokarczuk, Premio Nobel de literatura en el 2018, polaca, sensible, buena escritora. ¡Genial! Concretamente leo su libro “Sobre los huesos de los muertos”. No, no sabía nada de ella hasta que mi buena amiga Isabel Borda, compañera de facultad me lo comentó. Había quedado gratamente sorprendida por esta escritora y se congratulaba de que tenía más libros de ella. En estos momentos yo también disfruto de esta cosecha de páginas tan inteligente, tan bien conducida. Las tardes se convierten en improvisados clubes de lectura. Sea en libros electrónicos o en papel, todos llevamos cerca la sabiduría de otras personas con nosotros.
Realmente en mi Kindle tengo una biblioteca extensa e intensa. Cargada de novela negra e histórica. Pensar que las reflexiones de Adriano, el emperador escrito por Yourcenar habita esta pantalla me parece mágico. Poder disfrutar de nuevo de “La piedra lunar” de Wilkie Colling es pura ambrosía, y saber que me esperan sobre mi mesilla de noche “La sexta trampa” de J.D.Barker o “Ese imbécil va a escribir una novela” de Juan José Millás, su último libro, alimenta mi espíritu y me da inmensa alegría. Compartir con los personajes que habitan los libros mi propia cotidianidad es asombroso. En estos momentos Janina, la protagonista de la novela que he citado, anda por los helados montes Tatras, yo camino sobre arena caliente. Su horizonte es la nieve inmensa, el mío, el poderoso mar.
