Y pasaron los Reyes Magos de 2010. Casi nadie habló ni pensó en la crisis ni en la lluvia. Todos fueron niños, con esa ilusión que necesitaríamos todo el año para poder ser más positivos, vivir con más optimismo y superar las barreras que nosotros mismos colocamos.
Nos sorprendieron sus Majestades, nos sorprendieron. El Rey Melchor representaba la ternura, el papel más tradicional y esperado de los Magos de Oriente. Era como el padre que quiere ser rey de sus hijos, de su familia, pero sin que ellos se den cuenta. El rey convertido en padre, o en madre, que quiere premiar la ilusión de sus hijos.
El Rey Gaspar, casi mostrando el carbón que traía guardado, para los que nos habían llevado a la crisis global, pidiendo a los bancos que abran el grifo para que las empresas puedan salir a flote. Y con la esperanza puesta en el 2010, el año del Sexto Centenario y de la salida de la crisis.
Y el Rey Baltasar, al que los niños le tienen pánico, pero que este año se mostró cercano, dulce, solidario, destacando la labor social de la ciudad de Antequera, y pidiéndole «a los Reyes», paz y amor, terminar con las guerras, y construir entre todos un mundo mejor.
En definitiva, esos oro, incienso y mirra, que llevaron al Niño Dios hace 2010 años, convertidos hoy en salud, amor y no a la pobreza, en el mundo en el que nos ha tocado vivir.
