sábado 23 noviembre 2024
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El orgullo, mal aplicado, es muy perjudicial

Tiene que estarlo pasando mal el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ante el agravamiento de la situación económica española que, aunque él quiera creer lo contrario, no corre pareja a la de la gran mayoría de los países europeos, y mucho menos a la de los grandes países europeos. Ni mucho menos.

De vez en cuando se anuncian medidas que, si no lo son, al menos parecen «palos de ciego»: limitar la velocidad a 110, lo que supone más tiempo en recorrer largas distancias y consecuentemente mayor gasto de carburantes; decirle a Rajoy «que le pida a Dios» la solución, lo que ha hecho reír a unos, tanto como encrespar a otros… mientras ve la inutilidad de dar dinero y ayuda a los bancos, que no abren el grifo ni a la de tres, aunque todos sabemos que hasta que no lo hagan, que es para lo que les dieron las ayudas de una forma u otra, no va a haber dinero para los buenos industriales que quieran invertir con lógica, ni para que empleados con suficiente garantía y estabilidad se compren esas casas o coches que son los que tienen que animar sus ventas y en consecuencia empezar a salir de sus crisis respectivas, y cosas por el estilo. Por ello supondría crear puestos de trabajo, aumentar las cotizaciones a la Seguridad Social y «mover» la situación.

La «oposición» está en su papel: denunciar, ponderar, acusar, aunque de poco sirva. Y todo podría haber tenido una solución que, en otros países, adoptaron sus gobiernos: convocar a los expertos de verdad, a los grandes empresarios y a los representantes de los más modestos, a los sindicatos, y decir «de aquí no nos levantamos hasta que encontremos remedio a lo que pasa». Aquí, no; aquí, da la sensación de que todos nos creemos en uso de la verdad absoluta y no se atiende a razones, cuando por la gravedad del tema, debería ser considerado de «interés nacional», o lo que es igual, llamar a expertos, sean del partido o color que sean, escucharles y esperar que surja alguna solución. Lo que, al propio tiempo, serviría para ponerles en situación de que demuestren si tienen o no las soluciones que preconizan. No hacerlo, ¿es orgullo, ganas de demostrar que son capaces de salir de esta situación ellos solos o qué es lo que pasa? Porque buena voluntad –por la cuenta que les trae– seguro que les sobra, resultados… es otra cosa. Y siguen encerrados en la burbuja de la verdad absoluta, creyéndose lo que no se creen más que ellos. Vamos a ver lo que aguantan, y vamos a ver cómo estamos cuando llegue ese momento.

 

Y eso no ocurre sólo a nivel máximo nacional, sino que pasan en comunidades, en provincias, en ciudades. ¡Hombre!, si todo fuera a cien por hora, espléndido, pero si no es así, deberían –unos y otros– dejarse de orgullo mal entendido y bajarse del carro a buscar con una modestia que les honraría, la ayuda, los consejos, los planes que empiecen a dar un poco de luz a una situación que, repetimos que contra sus lógicos deseos, es negrísima.

 

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