Hay urgencias que no dejan margen para alabanzas y ventas de lance. En estos momentos la prudencia llama al orden de lo cotidiano, del esfuerzo y del trabajo colectivo para llegar a unas metas, que a corto plazo, van a ser inalcanzables. El voto de confianza que se le dio al PP está cuestionado entre la duda y la esperanza, a mitad de camino de la ilusión del cambio y la aceptación, fuerza mayor inapelable, de unos sacrificios que casi nunca son entendidos. Nadie quiere volver atrás, ni siquiera cuando el retroceso es tan minúsculo que apenas es percibido por sí mismo y por el entorno. Avanzar es tener mayor bienestar personal, eso lo captamos todos por duras entendederas que tengamos. Así que si este gobierno no nos soluciona los problemas con rapidez, lo más seguro es que no nos valga para nuestros deseos, porque no estamos dispuestos a darle cuartelillo: o sirve o nos hemos equivocado la mayoría de pueblo español a la hora de depositar el voto. Eso sí, los vaivenes y los saltos de canguro del anterior ejecutivo se perdonan porque tenían todo el día la palabra bienestar en la boca, aunque sólo lo disfrutaran ellos y algunos privilegiados.
Esto es frecuente, que unos tengan que recomponer los platos rotos de otros, exigiéndolo de manera vehemente y sin que muestren fisuras, un intercambio de papeles que asumimos de forma pasiva y casi con normalidad. Queremos la solución ya, y de paso buscar el acicate para que los problemas internos se diluyan y no asfixien más la parcela de poder tan atractiva que es Andalucía. Niña bonita que todos desean tener y, que probablemente, por lo que estamos viendo, su cita electoral va a estar marcada por la contención. El bullicio y la alegría que tanto la identifican, no van a ir de la mano. Se impone austeridad. El tiempo ha de servir para que el gobierno nos saque de este atolladero, más pronto o tarde, lo conseguirá. Y el partido de la oposición, para arreglar su casa que tiene demasiados elementos en discordia.
