Hay sitios donde la mentira política es algo peor que un pecadillo (acuérdense de Clinton y la becaria); es una deslealtad para con los demás. Hay sociedades que pusieron la honradez profesional y la transparencia, como virtud comúnmente aceptada. Pero ese país no debe ser el nuestro, a juzgar por la clase política y la cúpula económica que tenemos. Con ellos no cabe más que aquel refrán tan cínico del «piensa mal y acertarás».
Hace cinco años nos intentaron convencer como a idiotas, de que estábamos en la Champions League de la economía mundial, que los bonos basura eran cosa de otros y, que nuestro sistema financiero era el más solvente de Europa. Hoy, cada día aumenta la cifra del agujero, porque los números estaban maquillados y el ladrillo sufre de resaca. Lo sabía todo el mundo.
Vivir en la mentira oficial permanente no es sólo un insulto al sentido común de los ciudadanos, sino que hace que el parto de la verdad tenga que ser como con fórceps: a eso llaman «aflorar». A tapar el agujero llaman «sanear»; yendo este pobre verbo a rastras del primero (y a costa de los de siempre). En lugares como Irlanda, lo que afloró se saneó enseguida, y aquel enfermo económico está ya como una pera. Aquí venga a echarle la culpa a los pérfidos mercados; pero España se desangra ¡porque la demora ha sido un pésimo negocio. EL PÉSIMO NEGOCIO DE MENTIR! ¡Qué país!
Fernández Ordóñez se despide diciendo: «Me tenía que haber liado a palos con las Cajas». ¡Pero no se lió porque todos tenían mucho que tapar! Así que se tragó ese sapo ¡como si el ocultismo y el disimulo tuvieran que ver con la prudencia política! Lo malo es que los que nos ven desde fuera saben ya que, tratándose de españoles, «…piensa mal y acertarás».
Un indignado.
