El pobre Vicente del Bosque no sabía cómo decir a tanto eufórico que no hay homologación posible entre salida de la crisis y triunfo deportivo, que esto es sólo fútbol. Otras voces han sido coincidentes en el escaso efecto que el éxito de la selección pueda tener en los números de la economía, aún siendo –de cara al mundo– un pelotazo positivo para la «Marca España».
¿Por qué entonces se despidió ayer con un enigmático: «el deporte da buenas señales»? ¿Hablaba acaso el Señor Marqués de unos brotes verdes que los demás no vemos? Puede; pero, en sí mismo, el espectáculo deportivo (de deportividad) de una selección disciplinada que hace lo difícil con elegante facilidad y que, más que la agonía de la competición parecía estar disfrutando la alegría del juego en equipo, comunica muchas y buenas señales a las cabezas de la gente. ¿Cuáles? ¡Todas las que se suelen celebrar con el calificativo de excelente!
Y la gente se forma un criterio porque dispone lo necesario para juzgar o interpretar la realidad. Pero la operación espontánea de separar o distinguir (en griego «crino») unas cosas de otras ¡supone un juicio de valor de las buenas sobre las malas! Y así, si a la selección la ponen en el cuadro de honor, para banqueros irresponsables y políticos majarones (y/o trincones)… reservan la picota del deshonor.
El triunfo del buen juego y la modesta discreción de estos jóvenes y de su mentor han sido un alivio para la moral de un pueblo que confía en que somos capaces de levantarnos y hacer las cosas bien hechas. Y si aún continúan puestas las banderas, es porque la gente quiere pensar que lo visto en el campo pudiera ser criterio («principio o norma de discernimiento o decisión», Larousse) de cómo habrían de hacerse las cosas para el futuro del país. Las «buenas señales» muestran el camino. ¿Era eso, don Vicente?
