Fumar, mata!, anuncian las cajetillas de tabaco y «vivir, dos vidas» también mata. La inmensa mayoría de los ciudadanos tenemos dos vidas, la natural y la antinatural. Nuestra vida natural es aquella que mucha gente empieza a echar en falta y recuerda con buen sabor de boca, en muchos casos recuerdan el pasado.
Pero luego y sin saber de dónde proviene nos encontramos en segundos o instantes en nuestra otra vida, la antinatural, aquella que nos asfixia, nos deprime, nos sobrepasa y nos pone a temblar, en muchos casos viviendo el presente y en otros casos pensando en el futuro.
Las personas no sabemos vivir, porque lo único que sabemos hacer es «morir en vida». La gente empieza a notar que hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo, todo se esfuma, todo desaparece y aquello que era un sueño se ha convertido en una «pesadilla natural y real», que es vivir en este entorno miserable y moribundo que nosotros mismos hemos diseñado y construido. En nuestra arquitectura de la «muerte» hemos olvidado lo más importante, «vivir para convivir».
En la primera planta de nuestro edificio insostenible empezamos a olvidarnos de nuestros seres queridos y la familia. En la segunda planta, a nuestros hijos los relegamos a un simple papel de monigotes y en algunos casos hasta en meros «llaveros con foto de color», ahora éstos son unos intolerantes, desobedientes y en muchos casos radicales revolucionarios de no se sabe qué religión o secta…
En la segunda planta de ese edificio en ruinas olvidamos que no vivimos solos, que nuestros errores afectan a todos, que nuestras deudas son de todos, que aquellos que nos endeudan nos endeudan a todos, que vivir dentro del juego de lo antinatural lleva a mucha gente a perder, que engañarse a uno mismo es llevar al engaño a muchos, que tolerar lo intolerable nos lleva al desastre, que normalizar lo anormal deforma nuestra existencia, que hacer de lo vulgar una nueva manera de vivir nos lleva a la vulgaridad absoluta, que sumar miseria restando esfuerzos nos lleva a la ruina, que mirar para otro lado señalando al de enfrente no nos libra de la culpa…
Y en la tercera planta de ese edificio que veo caer cada día, estoy «yo», «nosotros», «estamos todos», trabajando para contentar y pagar un entorno que no se responsabiliza de nada, un entorno salvaje, descontrolado, fanático, radical y sobre todo antinatural y deshumanizado hasta límites perversos. Te levantas cada mañana queriendo cumplir con tus responsabilidades, dando ejemplo, pero en el primer café de la mañana todo se desvanece, miras a un lado y a otro, y desgraciadamente te encuentras que tienes dos plantas por debajo de tus pies. La frustración se va apoderando de tus pasos, nos ves a nadie que quiera remar en la dirección de comprender las cosas que están pasando, no entiendes los motivos por los cuales las personas no se implican en los objetivos de mejora para todos, todos vemos que la situación se degrada, pero nadie quiere saber nada, todos esperan que el otro haga algo…
Esta carta es una carta de aliento para todos aquellos que se encuentran fuera de juego… Si alguien se siente identificado con estas líneas, alguien con capacidad de razonar y sensible al hundimiento de nuestra sociedad, pedirle que siga luchando, que en un mundo justo los culpables serán castigados, es cierto que muchos inocentes tendremos que pagar, pero, al final la fuerza «de lo natural» se impondrá a este período de tinieblas y destrozo del ser humano. Pedir que la gente que quede, sepa diferenciar entre aquellos que quieren llevarnos al infierno y toda aquella buena gente que quiere levantarse todas las mañanas para recuperar la luz que nuestra sociedad ha perdido. A aquellos que en su ceguera le echan la culpa a la Iglesia, a Franco y al capitalismo salvaje, que no olviden que llevamos 37 años de socialismo inhumano y perverso. La izquierda nos hará vivir en fuera de fuego, pero que no olvide, que cuando el edificio se derrumbe ellos también estarán entre los escombros del fanatismo y la intolerancia.