Si le llega a casa un hombre con mono azul, acreditado, con maletín de aluminio y papeles bajo el brazo, déjele pasar; le dirá que viene a la revisión del butano. Después de un minuto de paripé en la cocina, sacará un impreso pidiéndole su firma y sesenta y cuatro euros. Pero, como usted no le va a dar a nadie diez mil seiscientas y pico por un papel, se ira escaleras abajo diciendo algo sobre la obligatoriedad de la revisión.
Si en la puerta de la calle se encuentra a los municipales esperándole (a él), dígales que en todo momento el hombre se ha mostrado tan correcto y profesional como si no fuera un inspector de pega. Y, si lo tiene a bien, añada que, cuando le toque venir al buen ladrón, si la tarifa va a ser la misma, exija que le apliquen idéntica receta: que se lo lleven sin un duro. ¿Qué más le da a uno que le tome el pelo Butano o Sutano?
Siempre es bueno un granuja de proximidad para mantener alerta la actividad neuronal, ya que «el precio de la libertad es la vigilancia permanente» (Jefferson), pero se equivoca quien gasta mucha adrenalina en perseguir al «voleur de pommes» que cantaba Brassens. Ni siquiera la patulea de este Bárcenas o aquel Roldán (unido al Capitán Khan, por los guionistas de su partido, como Roberto Alcázar a Pedrín) pasan de ser unos más de los incontables Siete Niños de Écija.
Es un error quedar fascinado por la actualidad choricera. La permanente presión cívica habría de dirigirse a exigir la separación de poderes, las listas abiertas, la transparencia en la «máquina» (horrible expresión), de los partidos, y en el puzzle autonómico; cosa que no desea ningún perro viejo de la política.
Esta España nuestra es una trituradora (no hay más que ver los diez años que el Presidente se ha echado encima en estas dos semanas), y si los de abajo seguimos sintiendo una cierta debilidad ácrata por los granujas de todo pelo… es para compensar la falta de claridad meridiana en las alturas. ¡Marchando otra de Transición!
