El cielo abrazó con ternura el sufrimiento de su vida. Las manitas de Paula por fin pudieron rodear, agradecidas, todo el amor de sus padres. Llegó febrero, el más niño de los meses del año y se quedó con ella, jugando para siempre sólo con felices recuerdos.
El breve paso de Paula por el mundo de los mortales atesora mucho más que contratiempos y desconsuelos. Fue su vida el limpio crisol de la infinita dedicación de sus padres, de agradecimiento por cada día ganado al dolor, de esperanza en el poder sanador de la entrega y el amor verdadero que sin descanso le regalaron sus familiares.
Apenas he conocido a Paula. Escribo estas líneas desde mi admiración a sus padres, cuya prueba más dolorosa no ha sido, sin duda, la superación de las muchas dificultades que rodearon la vida de su hija, sino la resignación ante la ausencia de su imprescindible presencia. También cumplo gustoso el deseo de alguien que nunca dejó enviar letras al cielo para Paula envueltas en rezos y lágrimas derramadas por el alma.
Se fue febrero de Antequera con una niña de la mano. Se fue con el blanco inmaculado de la nieve y la inocencia. Se fue febrero y quedó entre nosotros un ángel de largas pestañas llamado Paula.