sábado 23 noviembre 2024
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Segundo Premio XV Concurso de Redacción de CALA

Otra madrugada más me encontré tirada en la parte trasera del bar. Contemplé a mi alrededor. Tenía las manos manchadas de grasa y apestaba a whisky. Miré mi reloj y recordé que mis hijas estaban solas en casa. Pero no podía levantarme. Me faltaban las fuerzas. Hacía frío y estaba calada hasta los huesos y lo único que había a mi alrededor era la acera, una farola y un cubo repleto de botellas de diferentes licores. Aún no recordaba por qué había acabado allí, pero sí, estaba segura de que no era  ni la primera vez, ni la segunda, ni la tercera vez. Me levanté y el dolor de cabeza se apoderó de mí. La vista se me empezó a nublar. Cada vez menos el sonido monótono del canto de los grillos. Apoyé las manos contra la pared, sobre la basura. Mantuve los ojos cerrados con fuerza, intentando recordar. No pude evitar resumir todo aquello en un grito ahogado. Recogí mi bolso del suelo y me dirigí a mi casa, tambaleándome. 
Llegué y cerré despacio, en silencio. Me tomé un café solo, bien caliente. Fui a la habitación de Julia, mi hija pequeña de seis añitos, y al ver que no estaba en su cama, fui al cuarto de Gracia de dieciséis años y efectivamente allí estaban las dos, mis pequeñas. 
 
Le di un beso en la frente a cada una y me dirigí al baño, me lavé las manos y me miré al espejo. Recordé en un instante mi aspecto antes de que Jorge se marcharse dejándonos solas a las tres, cambiando a su familia, por ésa, que sólo tiene billetes por doquier. Desde entonces, la bebida se convirtió en el suplemento de verlo todos los días en casa. Me adentré en una profunda depresión. Gracia se ocupaba de la casa mientras yo bebía constantemente. Comencé a llorar. Sin querer desperté a Julia, que vino corriendo a ver lo que me pasaba.
 
– ¿Qué te pasa mami?– me dijo después de mirarme fijamente con sus preciosos ojos azules.
Me sequé las lágrimas y esbocé una sonrisa.
– ¡Cariño no me pasa nada!, sólo que creo que me ha entrado algo en los ojos–. Le acaricié el rostro despacio… – Cielo es tarde, deberías…
Ella no me dejó terminar. 
– Mami, huele muy mal… – dijo mientras se tapaba la nariz y hacia aspavientos con las manos.
– Tienes razón. Necesito una ducha– dije cogiéndola de las manitas. 
 
Me metí en la bañera junto a Julia. Ésta estaba repleta de burbujas y juguetes con los que jugar. Estuvimos un buen rato bañándonos y nos salimos cuando ya teníamos los dedos de las manos muy arrugadas.
Después de nuestro relajante baño, nos fuimos a dormir al cuarto de Julia.
A la mañana siguiente, al despertar Gracia fue a ver a Julia, sin saber que yo estaba allí. Ella, al verme, dibujó la más preciosa sonrisa. Nos despertó y nos dimos un gran abrazo.
En ese momento,  me di cuenta  de que la bebida no llevaba a ninguna parte, que tenía que cambiar de rumbo, no por mí, sino por mis hijas que, al fin y al cabo, eran las que más lidiaban con esta espiral en la que llevaba sumergida.
¡Mi vida va a cambiar! ¡Seguro, cambiará! 
 
YAIZA ISABEL RUIZ PEDROZA, Primero de ESO, Colegio María Inmaculada
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