Vienen a mi mente recuerdos de la infancia en los que no sé muy bien por qué motivo siempre terminaba mencionando a las mismas personas.
Mi recuerdo me traslada al coche de mi padre, con él conduciendo el taxi y mi madre a su lado. No eran largos trayectos, casi siempre, terminaban en la visita a mis tíos y primos a Málaga, Casabermeja o Villanueva de la Concepción. En el asiento de atrás y tras cansarme de contar los coches que iban en sentido contrario, siempre terminaba jugando con mis padres al “Veo veo” o a pensar un personaje y que los otros adivinaran quién era.
Pasaban personajes de la tele, deportistas, cantantes, actores y no sé muy bien por qué, siempre terminaba surgiendo en mi cabeza algún político.
En aquellos momentos de los años 80, pueden hacerse una idea de los políticos con los que pude crecer, siempre estaban: Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo y cómo no, Adolfo Suárez.
El pasado domingo al escuchar la noticia de su fallecimiento, vinieron a mi cabeza esos recuerdos fugaces y risas en el coche mientras intentábamos ganar y ver quién acertaba más. Recuerdos del pasado ¡qué ironía!, pensé. Lo que se borró de su mente, ahora llega a la mía de una forma transparente y casi real.
Las generaciones de ahora, desconocen a este hombre que fue tan esencial en nuestra historia, y seguramente no sabrán quiénes son otros tantos, pero ellos forman parte de nuestras vidas, porque yo no concibo un lugar donde no exista la Democracia, y empezó allí, con Adolfo Suárez.
Puede que sea ingenua por seguir creyendo que todavía pueden existir buenas maneras en la política y que aquellas líneas que convergieron hasta unirse y formar una sociedad más evolucionada, ahora deben regresar –y no para volver a tiempos pasados– sino para darnos cuenta lo importante que es la libertad, la dignidad y sobre todo, la honestidad, como la tuvo Suárez.
