Apabullante, exótico, exquisito, amplio, confortable y un largo de calificativos más a ese nuevo hogar que el ex-presidente González se está haciendo construir en el reino alauita. Marruecos se va a convertir, me imagino que por temporadas, en su nueva patria. Pero eso sí, no perderá de vista a esta España que logró meterse en el bolsillo confraternizando con las clases más desfavorecidas de la dictadura. Para ello, su chaqueta de pana jugó un importante papel, el hábito sí que hacía al monje, y éste estaba dispuesto a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Tengo que decir, en honor de la verdad, que este señor a diferencia de otros muchos, no tuvo que meter la mano en las arcas estatales para hacerse con un patrimonio nada despreciable. Se lo ha ganado como asesor, colaborador en los medios, conferenciante, mediador y ha aprovechado todas las oportunidades que ha tenido al alcance de la mano después de su salida del ejecutivo.
Honradamente me supongo que ha ganado su dinero y de igual manera habrá contribuido a las arcas del fisco como cualquier ciudadano de este país. Al menos eso es lo que se desprende después de haber estado trece años en primera página predicando una igualdad y un bienestar casi inimaginable para todos. Tuvo algo de buen hacer y unos logros impensables pocos años atrás, pero también fue el impulsor de la sociedad del bienestar que pasado el tiempo se ha resentido. Se comenzó a vivir en la irrealidad y sustituimos la piedra donde apoyábamos los pies por adobe, y éste en las primeras aguas se ha hecho barrizal dejando a muchos en la estacada. De tanto bienestar hemos terminado con un veinte por ciento de españoles en el umbral de la pobreza, y expectantes porque aumentará la cifra. ¿Dónde fueron a parar las ideas sociales y la chaqueta de pana que tanto ilusionó a un país que pensaba que lo peor ya había pasado?
