Amasijo de vidas e hierros. Se cuenta el pasaje. 242 personas, seres humanos, que han perdido la vida porque el azar, el destino así lo ha querido. Imágenes devastadoras en sólo unos segundos. No hubo tiempo de respirar, de abrocharse el cinturón de apagar los móviles o los laptop, mantener una mirada con tu compañero de viaje. Fugacidad envuelta en fuego. El cielo azul de la India como contraste tremendo de la tragedia. No se oyeron ni alaridos ni gritos. No era posible correr, no hubo tiempo. Los asientos retorcidos en una mueca terrible. Las paredes del fuselaje resquebrajadas, rotas, muertas. Ruido de infierno y garganta de llama y humo surgiendo entre la cola del avión y el resto del cuerpo de la aeronave. Todo esparcido por ese barrio de Gujarat. No levantaba el vuelo. Señal de socorro emitida automáticamente desde la cabina. Cajas negras que hay que recuperar entre escombros que vagan como hollines desamparados tras el estremecimiento compulsivo.
Tragedia sin adjetivaciones amables. Un solo superviviente. Un hombre ha sobrevivido a semejante infierno y consiguió salir andando entre todos esos restos calcinados y los cadáveres que tenía a su alrededor. Ramesh es su nombre. Zona central del avión. Asiento 11A del vuelo 171 de Air India. Su supervivencia ha sido considerada por los expertos como imposible, prácticamente imposible, teniendo en cuenta las circunstancias del accidente y la devastación total.
La RAT se desplegó, dicen los primeros informes. ¿Y qué significa esto? Un fallo de dos motores. Evento excepcional. Emergencia grave, fallo eléctrico total. Accidente trágico. Compleja investigación. Algo ha quedado roto, destrozado, las familias de 242 personas, desechas. Seguro que algo tenían que haberles dicho a sus seres queridos, en ese momento en el que cruzas la puerta de embarque rumbo a tu vida, rumbo al futuro que ahora ya no existe.
