Un día de comienzo de curso entraba un servidor en clase y un alumno de la última fila preguntó: ¿qué asignatura dará usted? Ética. Y ¿eso qué es? La respuesta a esta pregunta: ¿Cómo hay que vivir?, respondí. Con una sonora risa concluyó él su interrogatorio: ¿Y, va usted a decirnos cómo hay que vivir?Me lo había puesto a huevo, como dicen hoy: A una piara de jabalíes es inútil andar diciéndoles qué han de hacer, pues su equipaje instintivo prevé todas sus respuestas.
El hombre, en cambio, es el único animal que necesita ser educado. Sin la cultura (cultivo) sería el hombre un lobo para el hombre. Y, para la mujer; que este es el caso: Laura Luelmo, mi joven colega que en paz descanse, dio con lo peor de lo peor: un instinto sin control animal (cuyos ritos de cortejo son muy pautados), ni tampoco freno cultural que humanice el deseo: un demonio predador sin más regla que el instinto de posesión. Aquí te pillo y aquí te mato, en su más cruda literalidad.
Por alguna razón (de-formación profesional, supongo), se le viene a uno el recuerdo de ciertos literarios encuentros hombre/mujer, también entre jarales: Los del marqués de Santillana y las pastoras serranas. Ni en la Sierra de Córdoba ni en Guadarrama se corta un pelo la serranilla ante los requiebros del marqués y, hay ocasiones en que es ella la que se adelanta al deseo (el “oscuro objeto de deseo” que decía Buñuel) del otro, invitándole a “folgar”.
En cualquier caso, ahí están la libertad y el donaire para poner en su sitio el atractivo que ella (la “fruta temprana”) produce en el que lo cuenta. Y, la ausencia completa de violencia machista aunque sea “él” el narrador, que esa es otra historia. Este y otros millones de referentes culturales contribuyen a modular los impulsos enseñando cómo hay que vivir –¡qué remedio!, querido alumno–; para no tener que pensar sólo en cómo defenderse. Aún así, con el buenismo no bastará nunca.
