No crecen las palabras así como así. Ruedan sílabas inconexas por las empinadas laderas del pensamiento. En las paredes puede haber zancadillas y grilletes, pero las ágiles páginas de un libro, de cualquier libro, las detectan y se las saltan, sabios ellos y siguen su camino, para formar frases, ideas, historias.
En estos días de Abril los protagonistas absolutos son los libros, para eso tiene su día, para eso tiene su mes, aunque por aquí haya proclamado que el Día del Libro son todos los días del año. Con una nieta de tres años, mi inspiración está a tope, con una feria del libro de nuevo en el parque, es todo un sueño, con páginas en blanco que cubrir, abarrotar de aventuras, de historias, de personajes. Los retos se hacen más grandes, más humanos, más sensibles.
Las casetas de la Feria del libro de Málaga son un hervidero de lectores, escritores, editores, bibliotecarios. Disfruto hablando con unos y con otros, saludando a unos amigos, con los que comparto las artes de la escritura oigo “seño, seño Carmen Ramos”. Me vuelvo hacia esa boca de las casetas abiertas al mundo, a la calle o paseo. Era una de mis alumnas, de las primera que tuve. Había cambiado bastante y no porque hubieran pasado veinte años sobre ella, es que tenía al lado dos niñas casi iguales, que eran sus hijas. Presencia irrevocable: “Has cambiado un rato Mariló”, le digo porque enseguida la reconocí. Según ella yo estaba igual, es fantástico recibir este cariño y este recuerdo de ida y vuelta. Por supuesto les dediqué a sus hijas mi ultimo libro y me quedé con un regusto de ensoñaciones sonrientes en mi mente que concordaban entre si. Fotos de móvil para dejar constancia temporal del momento. ¡Alegría múltiple!
El perfume de la tarde se vuelve húmedo con sabor a libros que ocupan un lugar en el saber, elementos vivos. Leer para ser, para sentirte vivo. Tal vez en ello resida la inmortalidad.
