miércoles 8 mayo 2024
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Domingo XVI del Tiempo Ordinario, 20 de julio de 2014

Cómo debería de ser nuestra oración
La gente intenta llenar el vacío que siente en sus vidas de muchas y variadas maneras. Podemos darle a Dios el derecho para que entre en nuestra vida. Nuestra sed de felicidad se verá satisfecha si estamos con Él.
Una madre le preguntaba a su hijo de diez años: “¿Rezas?”
“Sí”, dice el niño. “Por las noches rezo tres avemarías”.

 
“¿Y por las mañanas?” “Por las mañanas no rezo, que por las mañanas no tengo miedo”.
Cuánta gente sólo acude a Dios por miedo. Miedo a lo que sucede o miedo a lo que temen que pueda suceder. Perdonad la comparación, pero parece que ven a Dios como ven a la Seguridad Social: está bien que esté ahí, pero más vale no tener que recurrir a ella.
Esa gente siempre que mira a Dios lo hace con los ojos llenos de lágrimas. Y la visión que tienen de Dios, a través de las lágrimas, resulta deformada y tristona. 
¿Cómo tendría que ser nuestra oración con Dios, nuestro trato con Jesucristo? Aquel hombre estaba enfermo en la cama. Tenía sus ojos cerrados y no hablaba. Su esposa se acercó a la cabecera y vio con sorpresa cómo él abría los ojos y la miraba.
Entonces él le dijo: “Te quiero mucho…”
 
¿Nosotros hablamos con Dios? ¿Tú hablas con Dios? ¿Qué le decimos? Podemos decirle muchas cosas. Pero sobre todo, lo mismo que este hombre le dijo a su esposa: Jesús, te quiero mucho…
Jesús derrocha amor. El único objetivo de su vida es amarnos y hacernos felices. ¿Derrochamos nosotros nuestro amor hacia Dios? ¿Le decimos con obras y con palabras lo mucho que queremos amarle?
San Juan Pablo II nos dice: ¡No dejéis de orar! ¡No pase un día sin que hayáis orado un poco! ¡La oración es un deber, pero también es una gran alegría, porque es un diálogo con Dios por medio de Jesucristo! ¡Cada domingo la Santa Misa y, si os es posible, alguna vez también durante la semana; cada día las oraciones de la mañana  y de la noche y en los momentos más oportunos!
¿Cómo se aprende a rezar? Rezando. ¿Cómo se habla con Dios? Hablando. Y eso exige esfuerzo, lucha y entrega. Es decir, exige amar.
Jesús te quiero más que a mí mismo… ¿Hemos probado a decirle eso a Dios? Jesús, te quiero más que a mí mismo. Si se lo decimos de corazón, seguro que nuestra vida cambiaría. Dejaríamos que Dios entrase en ella. Y nuestra vida sería más como la quiere Dios. Y seríamos más felices.
 
La Beata Teresa de Calcuta nos dice: La oración nos da fuerza, nos sostiene, nos ayuda y nos proporciona toda la alegría. Si confías en el Señor y en el poder de la oración podrás superar todos los sentimientos de duda, temor y soledad que suelen sentir las personas. 
Rezar es útil, sirve. No es un engaño.
 
Cierta persona, viendo sufrir a otra, indignada, se encara con Dios diciendo:
– No hay derecho, no es justo que permitas que este pobre hombre sufra tanto. Deberías hacer algo por él.
– Ya hice algo por él, contestó Dios.
– ¿Sí? ¿Y qué has hecho?, replicó enfadado el hombre.
– Te puse a ti a su lado para ayudarle, le explicó Dios.
 
La oración nos pone delante de nuestras responsabilidades. Ya no le echamos la culpa a Dios de lo que nos sucede, o de lo que sucede a nuestro alrededor. En la oración Dios nos hace ver que somos nosotros los que tenemos que preguntarnos:
– ¿Qué más puedo hacer yo?
Oración constante, diálogo de amor. Cuando todo eso sale con facilidad: ¡Gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor, no me dejes! Que toda nuestra vida sea oración: ante lo agradable y lo desagradable, ante el consuelo y ante el desconsuelo… Si lo hacemos así nos ahorraremos muchas penas y disgustos. ¡Cuántas contrariedades desaparecen inmediatamente, si nos acercamos a Dios en la oración!
Nadie ha estado, ni está, tan cerca de Jesús como la Santísima Virgen. Ella es la que le ha tratado más y la que le ha dado más cariño. Por eso a la Virgen se le llama Maestra de oración. Hoy le pedimos a Ella que nos enseñe a enamorarnos de Jesucristo, que nos enseñe a ver a Cristo en nuestras vidas, cada día.
Que Ella nos ayude a encontrar cada día unos minutos para estar con Él, acompañarle y darle todo nuestro amor. Que la Virgen María nos convierta en hombres y mujeres de oración.
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