martes 8 octubre 2024
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La nueva Puerta de Estepa de 1998

La mayoría de los historiadores del Arte nos quejamos con frecuencia de la poca información que nos ha llegado sobre cómo, por quién y para qué se levantaron determinados edificios que, al paso de los años, han alcanzado una cierta notoriedad. De algunos de esos monumentos sabemos la fecha de su construcción, de otros incluso el dato de quienes los promovieron o los hicieron posibles y, las menos de las veces, el nombre del autor del proyecto o del arquitecto o alarife que los levantó. Pero también nos gustaría conocer otros múltiples detalles o incluso anécdotas que ya quedarán en el olvido para siempre.

Recientemente expuse en este medio algunos datos sobre cómo se levantó el Pilar del Toro, inaugurado en 1990. Y han sido no pocos los antequeranos que me han pedido que aclarase las circunstancias en las que se construyeron otra serie de edificios que hoy consideramos como “de toda la vida”, pero que sencillamente no existían hace veinte o treinta años. Y más concretamente me han solicitado que cuente la pequeña ‘historia’ de la nueva Puerta de Estepa, construida en el año 1998 –hace ya veintidós años– para conmemorar el 250 aniversario de la concesión a nuestra ciudad de la Real Feria de Agosto por el rey Fernando VI. 

Hay que decir que la primitiva Puerta de Estepa fue construida el año 1749 por el alarife local Martín de Bogas, siendo corregidor de la ciudad don Rodrigo Navarro de Mendoza, y que su demolición se llevó a cabo en 1931. Una vez destruido el monumento los tres escudos de piedra blanca (Del rey Fernando VI, de Antequera y del mencionado corregidor) se trasladaron al claustro del Ayuntamiento y la Virgen del Rosario de terracota, que era obra de Andrés de Carvajal, se ignora a dónde fue a parar. Todos los sillares de caliza roja de El Torcal de los cuatro basamentos, por razones que no hemos podido averiguar, se depositaron en la orilla del río Guadalhorce junto al puente de Lucena. Pero de lo que íbamos a hablar era de la actual Puerta de Estepa, así que comenzaremos por el principio.

En la tarde del día 13 de enero de 1998, martes de la semana por más señas, nos reunimos en el Archivo Histórico Municipal (Pósito) la comisión que se encargaría de organizar los diferentes actos especiales que se iban a celebrar en la Real Feria de aquel año para conmemorar la efeméride ya referida. Recuerdo que formaban parte de dicha comisión Antonio Parejo, cronista oficial de la ciudad; Ricardo Millán y José Cobos, ambos tenientes de alcalde, el secretario del Ayuntamiento, Juan Manuel Guardia Solís, y otra serie de personas que lamento no recordar, presidiendo yo como alcalde que lo era entonces. Entre otros muchos temas, como la que sería primera corrida de toros goyesca, el alumbrado verdaderamente extraordinario, las actuaciones musicales… yo presenté dos propuestas, que había dibujado a modo de ‘borroncillos’, para la posible reconstrucción, total o parcial, de la desaparecida Puerta de Estepa con voluntad de permanecer. En un dibujo planteaba levantar solo el arco central más los arranques de los dos laterales y en el otro la Puerta en su totalidad, aclarando que no se construiría en su emplazamiento original –Alameda de Andalucía, esquina del cuartel de la Guardia Civil con la avenida de la Legión–, sino en la rotonda existente ante la Plaza de Toros. Debo confesar que en aquel momento temía que me tomaran poco menos que por loco, pero ante mi sorpresa todos los presentes coincidieron, alentados por Antonio Parejo, que la mejor opción era reconstruir la Puerta de Estepa al completo.

La decisión ya estaba tomada y ahora había que intentar convencer a la oposición municipal para que aprobara la correspondiente financiación, pues en las elecciones de 1995 a la candidatura socialista que yo encabezaba le faltaron doscientos votos para la mayoría absoluta; cuatro años después, en 1999, conseguiríamos trece concejales, pero eso todavía era un futuro por llegar. Así que mejor no preguntar para no dar pistas, sabiendo de antemano la respuesta. La nueva construcción se consideraría como “mobiliario urbano” en mitad de una rotonda: al no tener espacio interior no era arquitectura en sentido estricto.

 

 

 

En las siguientes fechas comenzamos, con los técnicos municipales, la redacción del proyecto de reconstrucción de la Puerta: el aparejador municipal Manuel León de las Heras hizo los cálculos y el delineante Carlos Madrona Sánchez dibujó los planos, partiendo de una serie de fotos anteriores a 1931. En fin, que el proyecto salía por diez millones de pesetas, las mismas que había que buscar donde fuera, pues estaba claro que el pleno no iba a aprobar ese gasto. De hecho, uno de los portavoces municipales, enterado del tema, llegó a decir que la nueva Puerta se iba a convertir en un paredón de ladrillo donde se estrellarían todos los coches.

Por aquellos días llegó una carta a la Alcaldía invitándome a un homenaje que le daban en Málaga a Braulio Medel, presidente de Unicaja, por no sé que motivo. Así que me apunté a la cena en el Hotel Málaga Palacio y en un momento dado le comenté el tema, más o menos por encima, para que la entidad que presidía financiara la obra. Le gustó la idea y quedamos en vernos en Antequera en un desayuno de trabajo en el restaurante El Angelote. En el referido desayuno se desplegaron planos, se vieron los presupuestos y se acordó que Unicaja financiaría la obra. Con posterioridad hablé con el constructor Antonio Carrasco, que mostró su voluntad de acometer el proyecto a sabiendas de que este trabajo se lo pagaría Unicaja y no el Ayuntamiento.

A mediados de mayo comenzamos a abrir las zanjas para la cimentación de la obra y el día veintiuno ya estaban levantados los cuatro pilares de hormigón como estructura interna de la nueva construcción. Por esas mismas fechas fuimos Manuel Cruz Sánchez, aparejador municipal, y yo a Víznar (Granada) para elegir el tipo de ladrillo artesano que habría de conformar la nueva Puerta de Estepa. El 3 de julio llegaron de Osuna los bloques de rojo Torcal, que habíamos enviado a un aserradero de piedra de aquella localidad, para que los picapedreros municipales los terminaran a martillo y cincel haciendo los diferentes planos y molduras. Estas piedras eran necesarias porque de las originales recuperadas del puente de Lucena faltaba un treinta por ciento del total y, además, la Puerta ahora tendría un carácter exento y no encajado en las casas laterales como de hecho estuvo desde un principio la de 1749.

 

 

Se acercaban ya los días en los que los tres arcos de la nueva Puerta comenzaban a tomar forma, ante la mirada expectante de cientos de espectadores que se tomaron el seguimiento de la obra como su entretenimiento personal, particularmente de la mayoría de los jubilados que diariamente se acercaban hasta el Paseo Real. Era curioso observar cómo el público, aguantando el calor, asistió la tarde del 24 de julio a la colocación, mediante una grúa, del gran escudo de piedra del rey Fernando VI, sobre la clave del arco central que mira hacia la Alameda. El día 5 de agosto, después de asistir en el Hotel Colón de Sevilla a la presentación a la prensa taurina del cartel de la goyesca, recogimos en Mairena del Alcor, en el taller de Antonio González, el azulejo de Santa Eufemia que iba a presidir el ático de la cara que mira al Paseo; para este panel cerámico se tomó como modelo un grabado de 1820 que guardaban las monjas Mínimas de la plaza de Santiago.

En cuanto a la nueva escultura de la Virgen del Rosario, que modeló en barro el artista antequerano Eloy García durante el mes de julio en su taller de Málaga, nos encontramos con la sorpresa que salió quebrada del horno de un alfar de Cártama, pero el 11 de agosto ya estaba todo solucionado con el buen hacer del escultor. De hecho, en la mañana del 15 de agosto, día de fiesta, se subió con una grúa hasta su hornacina la imagen de la Virgen del Rosario, ante la mirada expectante de más de mil personas que nadie había convocado. Por aquellas fechas se colocaron también los dos altorrelieves del torero y del picador que jalonan el balcón principal de la Plaza de Toros, obras asimismo de Eloy García. Dos días después de subir la Virgen, el 17 de agosto, se colocaron los balcones de forja de ambas caras de la Puerta  –piezas antiguas del siglo XVIII adaptadas en el taller de herrería del Ayuntamiento–, mientras que los picapedreros del taller municipal encajaban todo el zócalo de rojo Torcal de los basamentos, las piezas originales y las que hubo que hacer nuevas. Ambas actuaciones sirvieron de pretexto al grupo municipal del PP para denunciar que empleados del Ayuntamiento estaban trabajando en una obra de Unicaja, presentándose en el lugar el portavoz del grupo y otro concejal con un notario para dejar constancia de los hechos. Según dijeron pretendían parar la obra, lo que evidentemente no consiguieron. Aquella misma noche –recordemos que era 17 de agosto– se retiraron todos los andamios que envolvían la nueva construcción. Ya en la tarde-noche del día 19 se concluyeron los trabajos de jardinería del entorno –también se colocaron colgaduras y gallardetes– y a esperar al día siguiente, la gran jornada de aquella Real Feria de 1998 que, sin duda, pasaría a la historia de nuestra ciudad.  Concluida la gran corrida goyesca, en la que triunfaron los diestros Antoñete (tres orejas); Curro Romero (dos orejas y rabo) y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza (dos vueltas al ruedo), salí de la Plaza de Toros acompañado de los presidentes de Unicaja y de la Junta de Andalucía, así como de algunos concejales, invitados venidos de fuera, la regidora Isa Ríos y sus manolas y, ante una muchedumbre de gente que nadie podía imaginar, se procedió a la inauguración de la nueva Puerta de Estepa.

Días después de todo aquello el poeta José Antonio Muñoz Rojas me dijo: “Dentro de diez años esta nueva Puerta de Estepa será un monumento más de Antequera”. Y yo creo que algo de razón llevaba.

 

 

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