Diez meses con un gobierno en funciones y la abstención de un tocado y hundido PSOE, obligan a volver hablar de política en una jornada que termina con la investidura de Rajoy. No sería fácil buscar situación parecida en el resto de Europa. Los momentos por los que ha pasado España en 2016 han dado para muchas columnas, portadas, escenas en el Congreso y titulares en prensa. Pero, por fin, y contra pronóstico, habemus Gobierno.
Vamos a contar con un presidente que va a tener que portar un capote recio, que le permita en muchas ocasiones lidiar buenas corridas. Dará igual que sea de grana y oro o naranja y morado. Los va a tener enfrente. En el hemiciclo se va a encontrar con un grupo que le ha permitido ser presidente, pero que le va a exigir cualquier modificación para sacar adelante las leyes. Ya se sabe, pocos ofrecen nada a cambio de nada.
Rajoy será hoy investido como presidente, pero fuera, en la calle, las algaradas están garantizadas. Es cierto que en España existe el derecho, entre otros muchos, a la huelga y a la manifestación. ¡Faltaría más! Pero que se permita en nuestra Democracia –que necesita de una seria y profunda revisión histórica- que un grupo de desalmados pueda rodear el Congreso, me parece poco serio.
Los palmeros de Pedro Sánchez, el coro de Miquel Iceta y los que jalean a Pablo Iglesias por las redes sociales y que luego no dan la cara, nos están mostrando una parte de la realidad que busca la violencia en vez del diálogo, que apuesta por el escrache en lugar de la comunicación y que busca la confrontación porque no son capaces de admitir una derrota. Javier Fernández, que ha sabido entender el sentido de Estado y que no fuerza unas terceras elecciones –que hubiera llevado al PSOE a su descalabro total–, ha tenido una semana difícil. Los del NO, no entienden otra cosa que no sea NO, y si no que se lo pregunten a González, que acompañado por el todopoderoso Juan Luis Cebrián se quedaron a las puertas de la Autónoma de Madrid.
Toca formar Gobierno y empezar a producir, algo que hacemos todos los españoles que tenemos la suerte de tener un trabajo diario. Ponemos fin a meses de situaciones esperpénticas que a todos nos han costado dinero, momentos de rabia e impotencia y que han generado unos odios en cadenas televisivas y en redes sociales que hay que empezar a paliar. Que así sea.