Siempre he soñado, sueño y, probablemente, seguiré soñando, en pasarme la vida viajando. Conocer rincones ocultos, personas de mil y un lugar, culturas milenarias, comidas exóticas, parajes naturales donde el hombre aún no ha puesto su mano… ¡Cuánto nos queda por descubrir!
Aunque no viajo tanto como me gustaría, intento hacer un hueco para disfrutar de lugares diferentes y no hay que salirse ni siquiera de la provincia de Málaga para conocer otros sitios encantadores. Siempre dije que el mundo está ahí fuera.
En esta ocasión, no hace mucho, aterricé en Ronda. Quien dice aterrizar, dice aparecer por allí, en coche, como quien no quiere la cosa tras recorrer mil y una montañas con sus mil y una curvas correspondientes. Ronda es diferente. Hay que entender su belleza. Te atrae como cantos de sirenas. Y no sólo a mí, sino a las cientos de personas que visitaban la ciudad aquel día.
Sus calles empedradas, algunas peatonales, ya me recuerdan a algo. Quizá a una Antequera que pierde poco a poco su encanto en la zona histórica para apostar por granito antideslizante, poroso y que es imán para la suciedad; bueno, al menos no resbala.
Poco a poco me acerco al rey de reyes: el Tajo. El turismo se hace visible desde lejos. Calles con pequeños mercados abarrotados, tiendecitas donde comprar recuerdos hasta aburrir, locales con encanto donde adquirir una bella imagen al óleo de la ciudad malagueña… ¡Qué decir!
Es indiscutible la belleza de una ciudad como Ronda, pero no menos es la de Antequera. Por eso, aunque el número de turistas en nuestra ciudad haya aumentado, me impresiona que no seamos capaces de atraer a tanto visitante. Mientras tanto, sigamos promocionando nuestra Antequera, Patrimonio Mundial de la Humanidad. Presumamos de ello.
