Es indiscutible la habilidad de Mariano Rajoy de parecer muerto y levantarse una y otra vez. Cuando nadie pensaba que pudiese llegar a ser presidente del Gobierno, lo fue. Ahora, con el asombro del que les escribe, repentinamente nos encontramos con su caída.
La muerte ha sido rápida. Ni él mismo se lo esperaba.Hemos vivido unos días trascendentales en nuestro país, viendo prosperar una moción de censura por primera vez en la historia de nuestra –aún joven– Democracia, con el rechazo obvio del PP y no tan obvio de Ciudadanos.
El hartazgo de la mayoría del Congreso, sumado a los intereses de cada partido y a la sentencia de la trama Gürtel, noquearon al actual presidente del Gobierno, al que le recordaremos por ser el que enderezó el rumbo de nuestra economía… con la inestimable ayuda de las imposiciones de Europa.
Una política que, como todas, puede ser discutida, con sus más y sus menos. No tengo espacio para centrarme en cada una de ellas, pero sí para preguntar: ¿estamos mejor que antes?, ¿cómo queda nuestra cultura?, ¿y RTVE?, ¿y la innovación?, ¿y la economía de los españoles? Juzguen ustedes.
Ahora, llega un nuevo Gobierno elegido, pese a quien le pese, legítimamente por una cámara formada por lo que la gente votó en 2016, recuerden. Tanto derecho tuvo Rajoy en ser presidente como lo tiene ahora Sánchez.
El líder socialista tiene algo en común con Rajoy: también es un superviviente. Porque cuando su futuro parecía negro, resurgió. Ahora, el séptimo presidente de la democracia no debería prolongar demasiado su actual estatus. Las elecciones generales deberían estar en su punto de mira.Todo está por escribir: “Por sus hechos lo conoceremos y por sus hechos lo juzgaremos”, dijo ayer mi admirado Pedro J. Ramírez. Así será.