Le salió el tiro por la culata. Así debe sentirse David Cameron tras conocer los datos del referéndum inglés para salir de la Unión Europea. Unos resultados que le han obligado a anunciar su dimisión del cargo que se hará efectiva antes de octubre. Cameron, con ese sentimiento retorcido de patriotismo rancio que no llega a entender que el monopolio y la explotación sobre sus colonias pasó a mejor vida, prometió celebrar un referendo si ganaba las elecciones parlamentarias de 2015.
En un alarde no de valentía, sino de chulería y de narcisismo, Cameron quiso vender que su propuesta era una respuesta a numerosas presiones dentro de su propio partido y al crecimiento electoral del partido nacionalista de derecha que defiende la salida de la UE.
Sin embargo, en su actitud, en sus gestos y en sus maneras, se ha podido comprobar que los ingleses venían de antiguo con obsoletas y nuevas tensiones. Tensiones como el recelo ante la burocracia de Bruselas, el control de la inmigración, la defensa de la soberanía nacional, el orgullo por un carácter británico insular y diferenciado del resto de Europa, además de otras materias como los retos en seguridad. Pero, sobre todo, que se veían más controlados en su vida diaria. Los ingleses en esta ocasión parecen no haber echado cuentas. El mercado único es el mayor pilar de la Unión Europea y en ese mercado único es donde reside el libre mercado, sin tasas ni aranceles comerciales. Además un libre mercado de personas y capitales que ahora está en serio peligro.
Se ha ido muy rápido. Se han tratado los asuntos de forma radical y los ingleses han vuelto a mostrar que no quieren estar en Europa. Sin embargo no quieren ver que una oleada de pesimismo va a recorrer todo el país. El Brexit va a traer como consecuencia una crisis económica producto de una disminución de los servicios públicos y de la inversión extranjera.
A los británicos se les presentan dos escenarios posibles bastante negativos, de choque o golpe severo y con un eslogan que los jóvenes se van a encargar de darle salida y sonido: que han perdido el derecho a vivir y trabajar en 27 países.
Sea como fuere, Europa vive un desconcierto que algunos tratan de acallar, pero alguien debe parar la oleada populista con tintes revolucionarios que recorre el viejo continente. De lo contrario nos encontraremos ante La Europa ausente.