No saben cuánto me atrae, desde siempre, todo lo que tiene que ver con el inmenso artista Salvador Dalí. Desde su obra hasta las decenas de documentales que existen en torno a su figura y surrealismo elevado a la máxima potencia y que cultivó con paciencia durante años y años.
Pasando por los relojes blandos («La persistencia de la memoria»), «El gran masturbador» o por infinidad de lienzos y esculturas, el artista catalán nos muestra su exquisita sabiduría científica, que intenta aglutinar el Teatro-Museo Dalí que se encuentra en su tierra. Cómo no, su casi obsesión con el ácido desoxirribonucleico (ADN), que precisamente ahora está en boca de todos, tras la demanda de paternidad de una supuesta hija y la reciente exhumación del cadáver del de Figueras.
El panorama se antoja surrealista, qué cosas: diferentes muestras fueron extraídas del cuerpo sin vida del también escritor, que la Fundación Gala ya ha exigido recuperar para mantener lo más intacto posible su cadáver. Incluso el embalsamador del artista dijo esta semana que su bigote sigue marcando «las diez y diez», tal y como Salvador Dalí quería que se mantuviese siempre. Surrealismo puro, no me digan que no, cien por cien Dalí, pero que sigue cumpliendo al pie de la letra una de las frases pronunciadas por él mismo: «Si muero, no moriré del todo». ¿Será premonitorio?