Mis 23 años se esfuman para siempre. Apenas queda una semana para dar el pasito, algo traumático, hacia los 24. ¡Pero somos jóvenes aún!
Pese a que, poco a poco, nos vamos haciendo mayores, hay algo en lo que sigo creyendo desde que era muy joven: el periodismo, la prensa, la tinta, la inmediatez, la calidad y, sobre todo, sigo creyendo en las historias.
Porque en un mundo en el que es más importante calcar notas de prensa de las instituciones y ser fiel a aquellos a los que nosotros mismos votamos en las urnas, aún queda hueco para creer en el periodismo de verdad, no en el negocio, en el periodismo. Repito, en el periodismo.
Porque las historias, la calidad, el tiempo invertido delante de una pantalla o en la calle cámara en mano, todo ello, es lo que nos salvará de la crisis del periodismo, que todavía sigue entre nosotros y que aún le queda para marcharse. A veces, esas historias son las que se recuerdan para siempre: aquella vez que fuimos Patrimonio Mundial y, a la vez, vivimos el fallido golpe de Estado; o cuando conocimos que la radioafición todavía sigue viva en nuestra ciudad; o aquél tremendo éxito de unos locos, al poner en marcha el Mamma Mia antequerano.
Quizá el periodismo pueda quedar denostado por aquellos que buscan el dinero, pero eso sí, todavía quedan algunos que suelen ver el lado romántico de las cosas. Ese periodismo de relatos, de vidas, de gente como tú y como yo, que un día decidieron contar su historia al mundo.
