Tras el largo y exitoso camino para la inclusión de nuestros Dólmenes en la Lista de Patrimonio Mundial, comienza el más delicado reto. No se trata tan sólo de llevar a cabo los exigentes compromisos contraídos con la Unesco o de intentar corregir las evidentes y llamativas deficiencias que aún arrastramos. El verdadero objetivo estriba en entender que debemos gestionar un precioso activo que no es sino Alta Cultura y que, como tal, requiere un trato atento y minucioso.
La cultura puede (y si es posible, debe) ser gestionada como un activo turístico y, por ello, económico: sólo así es sostenible y se ofrece con verdadera calidad. Además, debemos considerarla como la enorme fuente de riqueza económica que es y sabiamente aprovecharla. Pero el reto de gestionar cultura de tan alto reconocimiento es que exige un trato muy exquisito, muy distante de simple información turística expuesta exclusivamente como material premasticado y superficial a hordas de turistas.
Explotar nuestros Dólmenes industrialmente sería desnaturalizarlos, perdiendo su visita su extraordinario atractivo. Deben ser disfrutados según su propia naturaleza. Por todos y cada uno, en cada nivel y estrato. Los niños, los antequeranos, los visitantes, los estudiosos y, sobre todo, los investigadores. No se trata de coleccionar imágenes digitales, se trata de disfrutar. No se trata de mercancía, se trata de cultura.