Este día 8 vais a celebrar el Día Internacional de la Mujer y es por eso por lo que quiero lanzar una serie de reflexiones para que entre todos logremos un consenso o al menos una intención de mejorar en la sociedad que nos rodea y que queramos o no queramos debemos compartir entre todos.
No soy algo estático e inamovible. Una de mis grandes virtudes es el dinamismo y la capacidad que siempre he tenido de adaptarme a todos los tiempos y todos los cambios sociales que se han producido y que se producirán. Sólo hay que echar la vista atrás y daros cuenta la multitud de cambios ortográficos y gramaticales a los que he estado sometida, pero estos cambios no dependen de mí ni de unos cuantos filólogos y filólogas que dedican muchas horas de su vida a mi estudio y enumeración de normas sobre mi uso. En absoluto. Quien tiene la capacidad de cambiarme es la sociedad y es el habla que uséis de forma coloquial, es decir, aquella con la que os expresáis en vuestro día a día. Y aunque os va a resultar muy difícil, no debéis descansar en vuestro empeño. Hoy en día estáis inmersos en una serie de cuestiones sobre el uso del lenguaje inclusivo, lo cual es muy necesario. Ahora bien. No me uséis como arma arrojadiza entre los que no ven necesario modificar mi uso y los que lo ven absolutamente necesario y urgente. Como os he dicho antes, una de mis principales características es mi capacidad de adaptación. Pero para ello os necesito como vehículos entre lo que se habla y lo que se normaliza. Porque mucho hablar de la necesidad de adaptarme, pero poco actuar en cuanto a cambiar la sociedad, lo cual me lleva a una pregunta: ¿Qué debemos cambiar antes, la sociedad o la lengua? Quizá la respuesta es que debemos ir de la mano. Como cualquier cambio que queramos permanezca en el tiempo, debemos sentar unas bases sólidas y consensuadas.
Yo no soy en absoluto machista o poco integradora. Sois los hablantes los que sentís dificultad para usar palabras como jueza, concejala, árbitra… Términos que, hasta hace poco, se usaban para profesiones que ostentaban principalmente hombres, pero usáis sin problema alguno otras como enfermero, matrón, modisto, cocinero… Siendo estos últimos propios de profesiones ejercidas por mujeres. Incluso habéis sido capaces de variar el significado de algunas de ellas. Valga como ejemplo que una cocinera se sigue viendo como una señora con delantal y remangada hasta los codos, haciendo comidas para un restaurante especializado en menús diarios y un cocinero es un señor con chaqueta blanca y bien planchada con su nombre bordado, que ha llevado nuestros fogones a las cotas más altas del arte culinario internacional.
O qué decir de una modista rodeada de telas y agujas haciendo remiendos y zurcidos, frente a ese modisto tan bien vestido que se ve en los grandes desfiles de moda internacionales. Eso sí; rodeado de costureras plasmando en un vestido los diseños de aquellos. Estos son sólo algunos ejemplos de una larga lista que se podría enumerar y en todos ellos se refleja la enorme influencia que tienen en mí las costumbres sociales y las nuevas funciones que se dan a las personas dentro de la sociedad.
Es por eso que os pediría fervientemente que no me achaquéis cosas que no dependen de mí y que os pongáis a luchar por una sociedad más justa, igualitaria y feminista que la actual. A mi entender, en este país hace falta algo más decisión en la toma de decisiones y menos teorización sobre asuntos que deben ser tratados por todos y no dejarnos llevar por corrientes que poco o nada hacen por mí. Dejadme que os diga una cosa sobre el lenguaje y el género. No por decir siempre palabras repetidas en masculino y femenino, se es más feminista que quien no las usa. Es más; me parece algo que va en contra de la economía del lenguaje y cansa a quien lee un texto en esos términos. Si queréis ser feministas usándome para ello, es mejor usar el género femenino, en lugar del masculino genérico, que, por cierto, incluye a ambos géneros.
Bueno. Os dejo en manos del dueño de esta pluma al que tengo en brazos de Morfeo y no sabe muy bien en que situación está.
Os parecerá extraño, pero acabo de despertar de un sueño algo extraño. Creí que tras empezar a escribir estas líneas y haber puesto solo el título, me había quedado dormido, pero me encuentro que hay más cosas que el título. Debe ser cosa de las musas. Así que sigo desde aquí sin echar la vista atrás.
Mi intención era reflexionar sobre la celebración de este 8 de marzo, recordando la muerte de 129 mujeres en una fábrica de Nueva York, después de declararse en huelga y ser encerradas por el dueño de la fábrica para que abandonaran su postura. Lo que pedían era algo tan lógico como una jornada laboral de 10 horas y un salario igual al de los hombres que desempeñaban el mismo trabajo. Más de 100 años después seguimos celebrando este día con parecidas reivindicaciones y espero que no haya que esperar otros tantos para lograr una sociedad en la que hombres y mujeres sean considerados de igual forma.
Y una de las armas que tenemos es expresarlo en nuestro lenguaje diario, haciéndolo más inclusivo, evitando forzarlo, pero poniendo todo nuestro empeño en lograr su evolución y adaptación a una realidad que no debería estar dividida entre hombres y mujeres. Creo que es hora de reflexionar sobre esa vorágine de textos en los que hacemos diferenciación entre lo masculino y lo femenino repitiendo cada sustantivo en los dos géneros, de tal forma que no hacerlo así parece que discriminamos a uno de los géneros y no digo que no haya que hacerlo. Lo que pienso es que habría que hacerlo siempre dentro de límites serios y sujetos a la norma.
En mi humilde opinión, estamos en un tiempo que nos debería permitir avanzar en la igualdad de hombres y mujeres, lo cual no es tarea fácil en ninguno de los ámbitos en los que debemos impulsar esa idea de igualdad. Debemos cambiar lo habitual en nuestra sociedad y hacerlo excepcional para borrar todas esas influencias que vamos transmitiendo a las generaciones venideras. Hoy, conversando con un amigo, al que considero bastante coherente, me ha dejado una reflexión que quisiera compartir con vosotros: “ser feminista no es lavar los platos un día, es hacerlo todos los días”; y que razón tienes. Si todos pensáramos igual que tú tendríamos allanado gran parte del camino que aún nos queda por recorrer.
Ojalá nos diéramos cuenta el valor, la capacidad de lucha, de consenso, de diálogo, de reflexión… de la mujer. Valores todos, que cada vez arrinconamos más y sin los cuales la humanidad no es capaz de avanzar hacia una sociedad más justa. Abramos de par en par las puertas de los centros de decisión, de los gobiernos, de los consejos de administración a la mujer y seguro que veremos más avances, menos conflictos y menos discusiones estériles y divagaciones.