Y no, no me refiero a la del espárrago, sino a otra todavía más intensa: la campaña electoral. Parece que fue ayer cuando votamos en las Generales entre la política rancia o la que aspira a serlo… ¡Y estamos ya en mayo!
Pasaremos más de medio año en blanco, sin medidas de calado y con una economía a la deriva, sin que nadie pueda hacer nada, ni siquiera los que dijeron que harían todo lo posible por “curar” a nuestro país de la vieja política.
Lo dicho, bienvenidos de nuevo a la campaña electoral que, aunque aún no haya comenzado oficialmente, bien podría parecer que nunca la hemos dejado de lado.
Si nos tenemos que quedar con algo positivo de todo esto, es el empuje de algunos partidos por hacer una campaña más austera, millón arriba, millón abajo, que quizá evite llenar nuestros buzones con papeletas inútiles o con la cara/barba/coleta de aquellos candidatos que, bienvenidos a la cruda realidad, vuelven a ser los mismos que un día votamos.
Con propaganda electoral o sin ella, lo que está claro es que veremos mítines y ruedas de prensa donde, para qué cambiar, los protagonistas sean los partidos y sus miembros, en vez de focalizarlos en lo que interesa a los españoles.
No me extrañaría, de hecho ya está ocurriendo, que veamos ruedas de prensa cuyo motivo principal sea lo bonitos que son y lo bien que lo hacen todo.
Y no hablemos ya de las convocatorias a los medios de comunicación donde nuestros políticos anuncian que van a hacer algo tan extraordinario como recoger basuras, limpiar calles o quitar rastrojos, ¡qué nivel!
Ahora tan sólo nos queda esperar a que pase otra vez una nueva campaña y que, salga quien salga, ganen los españoles, que esperan como agua de mayo que alguien ponga rumbo a este país.