martes 23 abril 2024
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La Literatura Épica de Fronteras en la Villa de Antequera

Decía Menéndez Pidal que en los romances podemos escuchar la voz del pueblo más pura, natural y unánime que en ninguna de las grandes producciones literarias, porque, además de la historia, recogen la toponimia local con tal exactitud que podemos perfectamente recrear gran parte de la geografía del sur peninsular.Los romances dan cuenta de los hechos históricos fueron compuestos en los mismos lugares de los hechos y casi al mismo tiempo que estos sucesos.

Eran verdades históricas confiadas a la tradición popular, se mantenían: “En el archivo del pueblo” como lo llamó Herder. Los romances llenan un vacío histórico importante y adquieren un valor extraordinario ya que la distancia entre la historia y la intrahistoria es, con frecuencia, mínima, afirman mis compañeras F. Íñiguez Barrera y su hermana María Lourdes. 

Los romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para trabajo en común. Métricamente son composiciones poéticas constituidas por tiradas de versos de dieciséis sílabas monorrimos en asonante que narran con un estilo propio una historia de interés general y que es retenida y repetida por una parte de aquellos que la oyen.

Parece tener su origen en los Cantares de Gesta medievales que se popularizaron a mediados del siglo XIV a través de los juglares quienes facilitaron la fragmentación de los temas en su divulgación por las ciudades y pueblos de España. Los juglares recitaban los pasajes de los Cantares de Gesta que más gustaban a su auditorio, deviniendo esos fragmentos en relatos breves, con autonomía narrativa, aunque desligados del cuerpo narrativo a que pertenecían. Comienzan en la segunda mitad del siglo XIII pero tienen su período de mayor actividad desde la segunda mitad del siglo XIV, hasta los dos decenios primeros del siglo XVI.

Hacia la segunda mitad del siglo XV, según Menéndez Pidal, surgen los primeros romances llamados “Noticieros”, y entre ellos, los más importantes fueron los denominados “Fronterizos”, calificados por Milá y Fontanals como: “Joya incomparable de la poesía en lengua castellana”. Forman una crónica poética y popular del avance de la Reconquista desde el último tercio del siglo XIV y de la difícil convivencia de moros y cristianos en los territorios de frontera. Al contrario de los Romances Viejos que surgen de los Cantares de Gesta, éstos surgen de manera esporádica y espontánea al mismo tiempo que las correrías, rebatos y saqueos de villas, acontecidos en territorios fronterizos en el Reino de Granada.

El contenido de estos poemas populares refleja la intrahistoria de las dos comunidades enfrentadas: “La historia personal de muchos fronteros con sus aciertos y sus errores, con sus triunfos y sus fracasos”, poetizando unos hechos históricos de los que se nutren las crónicas de la época. Lo mismo que los Cantares de Gesta, los Romances Fronterizos tienen un evidente carácter histórico: Hechos intrascendentes o personajes de significado muy secundario adquieren especial relieve cuando al testimonio de la historia unimos los relatos épicos. Unas veces dan noticia del cerco o la toma de una ciudad (Baeza, Antequera, Álora…), otras se hacen eco de las correrías por un territorio enemigo (Fernandarias, Caballeros de Moclín, Sayavedra…), otras recrean relatos de importantes hechos de armas protagonizados por un héroe histórico o legendario (Maestre de Calatrava, Albayaldos, Ponce de León…) y otros reflejan los duelos entre moros y cristianos durante el asedio a Granada (Garcilaso de la Vega, Abenámar…).

La gran diferencia entre estos Romances Fronterizos y los Romances Viejos es  que estos últimos son fragmentaciones de los Cantares de Gesta y los Romances Fronterizos son tiradas de versos octosilábico con rima asonante en los versos pares.

Según F. López Estrada la frontera granadina penetró en la literatura castellana del siglo XV, sobre todo en la poesía de Cancionero, y pone unos ejemplos de cómo Antequera, villa fronteriza, era conocida en la literatura cortesana. El primero de los ejemplos  se refiere al hecho de que “Haber combatido en la frontera andaluza se consideró un mérito en la Corte de Castilla”. Así, cuando Juan Alfonso de Baena, el recopilador del Cancionero de su mismo nombre, quiso alabar a Juan Carrillo, alcalde mayor de Toledo, para pedirle favor y ayuda, comienza su decir con esta estrofa:

Señor Juan Carrillo, el Rey de Castilla

e todos los grandes de aqueste reinado

vos han por Fidalgo gentil, esforzado

e buen cavallero sin otra manzilla.

En son los testigos toda la frontera:

Xetenil, e Saarra –Zahara–, Cauche e Antequera

e Málaga e Ronda, Cañete e Olvera,

adonde provastes a Grant maravilla.

Como se puede ver, Antequera estaba incluida entre la lista de lugares de la frontera  en la que se obtenía honra al combatir.

El segundo ejemplo demuestra cómo Antequera estuvo también presente en la poesía jocosa de la época y lo cita Antón de Montoro quien se refiere desde Córdoba a lo que había sucedido en Antequera, de esta manera:

“Montoro, a un escrivano muy escaso,

que mercava un maravedí de pescado

con mucha prisa.”

Çerca allá, en la Corredera,

vi hazer un gran roydo,

que no fizo tal sonydo

el entrada de Antequera.

Dixo Antón Ruiz Serrano:

-Antón, ¿qué es ese mormollo?

Yo´l dixe luego de mano:

-Fernán Gómez, escrivano,

que se mata sobre un sollo.

Se compara el ruido que armó comprando un sollo con lo que había sido la noticia de la toma de Antequera.

Estos dos hechos, continúa F. López Estrada, “indican que Antequera era recordada como lugar en el que la frontera se sentía al rojo vivo, aun cuando la política de la Corte firmase una y otra vez treguas con el rey de Granada”.

Antequera, pues, era una villa importante de frontera, que, antes de ser conquistada definitivamente en el año 1410, había sufrido varios intentos por conquistarla. La vida de frontera dejó rastro en los documentos y en las crónicas de los reinos y en las locales. También en la literatura se verán estos hechos de frontera que culminarán con al batalla de la Matanza. Ben-al-Jatíb describe la vida de Antequera en el siglo XIV: Traza el elogio de esta medina diciendo: “Era un lugar de hermosa apariencia con que se adornaba el rostro del año, sitio de prosperidad, de sembrados y de rebaños y de abundantes alimentos y de numerosa población; que sus espaciosas campiñas, ricas en toda clase de plantíos y de pastos, así recientes como secos, se veían regadas por muchos arroyos y largas acequias que semejaban ensortijadas serpientes. Y así no había tierra que la superase en los dones de la agricultura, como tampoco en la muchedumbre de su sal”.

Pero también afirmaba que: “Era un cordel demasiado impetuoso, libre y alborozado, y que no podían asegurarla firmemente soldados armados de pies a cabeza, ni armaduras espaciosas; que era escasa en diversiones y falta de dulzura y de benignidad, que su gente era de mala y altiva condición; que no recibían cordialmente al peregrino, y andaban en frecuente trato con los enemigos”. Se refería a los cristianos antequeranos.

Algunas de las incursiones cristianas sobre la Antequera mora quedaron registradas en la literatura medieval. Desde la caída de Sevilla en manos de cristianos en 1248, Antequera fue objetivo de tales incursiones. A la Antequera mora se refiere el Poema de Alfonso XI. Cuando en el comienzo de su reinado pretende congraciarse con don Juan Manuel y lo nombra Adelantado de la frontera, éste realiza una incursión a Antequera, partiendo de Córdoba que se refleja así en el poema:

Don Juan con gran plazer

quando fue adelantado

ayuntó muy gran poder;

en Córdoba fue entrado.

Con gran poder de mesnada

commo caudillo sotil

entró en tierras de Granada,

passó aguas de Ximil (Genil).

Su camino luego andido

e fue a correr Antiquera,

e con don Ozmín fueron venidos;

en grad lid aplazada

los moros fueron vencidos.

Más tarde, el Poema cuenta cómo el moro Abd-el-Melek, hijo del Rey de Marruecos, hace una incursión por Antequera y Alfonso XI le sale al paso:

Las pazes poco duraron,

e Dios tovo por guisado

que por la mar se quebrantaron;

al buen rey llegó mandado.

Entró por la frontera,

su noble pendón delante,

corrió luego Antiquera,

fue buscar al moro infante.

E en Ronda lo fallava

con gran poder africano;

el buen rey azes guisava

que le saliese al llano.

El infante no salió

e el buen rey fizo tornada…

También López Estrada nos cita cómo, en la tradición literaria, se fueron a juntar los dos Rodrigos: El de Vivar y Narváez:

Mira los dos Rodrigos tan famosos

cuya memoria es hoy tan celebrada,

con sus heroicos hechos valerosos

de que su honrada estirpe está adornada.

El uno por misterios prodigiosos

ganó a Valencia con su propia espada;

el otro sustentó por el Rey tierra 

do le sirvió muy bien su lança en guerra. 

Éste fue aquel castillo inexpugnable

que para nuestro amparo hizo el cielo;

él, Marte, cuya espada incomportable

fue de sus enemigos en el suelo.

Bien claro es de entender, sin que yo hable,

que´l mundo supo y sabe su gran zelo.

Rodrigo de Narváez fue su apellido

deste varón famoso, esclarecido.

Aquel que sustentó, siendo frontera,

cercada por mil partes de enemigos,

la fuerça del castillo de Antequera,

pobre de bastimentos y de amigos.

No fueron sus proezas comoquiera;

preséntense papales por testigos,

que ellos mostrarán camino llano

y a cualquier lengua, pluma, aliento y mano.

Después vino la toma de Antequera en 1410 que tuvo especial resonancia entre los castellanos por ser: “El más honroso triunfo que las armas cristianas lograron desde la Batalla del Salado hasta la Rendición de Granada”, no sólo por la importancia de la Villa conquistada y su valor estratégico, sino también por la heroica resistencia de sus habitantes y los denotados esfuerzos militares y diplomáticos que hicieron para levantar el cerco, como afirma B. Martínez Iniesta.

Al sitio de Antequera se llevó la espada del rey Fernando, que el Infante pidió a Sevilla, según carta que se conserva en el Archivo de la Catedral. Y también la Crónica de Juan II de Alvar García de Santa María cuenta que un jueves, 24 de abril de 1410, a “Alhonoz llegó Pedro Afán de Rivera, adelantado maior de la frontera, que venía de Sevilla, que traía la espada del santo Rey don Fernando con que ganó a Sevilla; el Infante la salió a reçibir e allegando, apeóse del cavallo en que iba, e reçibióla e vesolla en la mançana…”.

El ingenio de guerra fue un artefacto al que podríamos llamar arma secreta, cuya construcción se hizo en Sevilla. Bajo la dirección del caballero don Fernán Rodríguez de Monroy se prepararon unas bastidas o torres protegidas, que luego, montadas sobre unas ruedas, habían de servir para acercarse a los muros de la villa sitiada.

Así lo cuenta la Crónica de Juan II “por cuanto estas vastidas fueron fechas en el Alcaçar de Sevilla do posan los almirantes de Castilla, e ovieronlas a cargar en trezientas e sesenta carretas en el corral de dicho Alcaçar; después que fueron cargadas, avían de salir por la puerta de Xerez por cuanto la madera era tan luenga e gruesa, e no podían salir las carretas por la puerta, salvo sino derrocasen un poedaço del muro de la ciudad de Sevilla por do saliesen, ovo entonces Ferán Rodríguez de lo enbiar dezir al Infante, que qué mandava su merced sobre ello; el Infante enbió mandar que se abriese el muro de la ciudad por do saliesen, pero luego a punto lo cerrasen de los dineros dél; e fue abierto un portillo cerca de la puerta de Xerez, el cual muro nunca se falla que fuese roto desde que Iulio Cesar lo hizo fasta esa sazón…”.

Afirma F. López Estrada que: “Antequera, cuando pasó a poder de Castilla, quedó en situación de villa de frontera. En la frontera se estaba siempre en trance aventurado, y las gentes cobijadas en los muros de estas villas habían de vivir a todas horas en perpetuo alerta. En 1441 le reconoció Juan II el título de ciudad; sus franquezas y privilegios fueron otorgados por la voluntad que pusieron sus gentes en guardar los muros de Castilla. De esta situación histórica procede la primera obra literaria sobre Antequera: se trata de una poesía de frontera, vivida por gentes que radicaban en la Cristiandad última, cerca de donde comenzaba el Islam, de esas otras gentes que eran los enemigos en la guerra, y con los que había de convivir en las treguas:

Puestos a la mesa están

nueve o diez combidados;

ya veis cuáles quedarán

que en la villa de Antequera

no queda ni sólo un pan.

Mas sí tienen que comer

porque el recuero ha llegado;

es muy grande gusto de ver

el modo de proceder

hasta dárselo guisado.

Pero la conquista de Antequera sirvió como inspiración a un conjunto de romances que contaron todo lo que fue pasando.

Conquistada Antequera, queda como villa fronteriza cuyos habitantes tendrían que vivir en continua alerta y, de ahí, que los poetas de fines del siglo XV y del XVI reflejen en sus romances el recuerdo de aquellos momentos heroicos, ennobleciendo la figura del moro derrotado que relata con tristeza y dolor la pérdida de su tierra. Todos los romances narran la historia de la conquista de Antequera desde la perspectiva del moro perdedor, siguiendo el siguiente esquema, según, Martínez Iniesta:

Primero: Un moro sale hacia Granada para informar al rey del asedio o de la toma de Antequera.

Segundo: Expresan el dolor que experimenta el rey al recibir la noticia.

Tercero: El envío de tropas contra los cristianos.

El primero de los romances nos narra cómo los moros de Antequera solicitaron ayuda al rey moro de Granada ante el asalto del Infante don Fernando. Se conoce como El romance del moro de Antequera. Son muchos los romances que surgieron tras la conquista de Antequera y ya tuve la oportunidad de publicarlos en el año 2006, uno o dos cada mes, con motivo del Sexto Centenario de la incorporación de Antequera a la Corona de Castilla. A ellos os remito.

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