Es equivocado pensar que en los tiempos de crisis económica, el crecimiento de la ciudad queda paralizado. Por el contrario, son o, al menos, deben ser, momentos de barbecho productivo en los que se entiendan los errores cometidos, se decida el nuevo rumbo para la ciudad y se elijan medidas para evitar cometer los mismos errores. Todo esto, en el campo de la urbanística, se ejecuta mediante la redacción de la instrumentos urbanísticos, es decir, planes generales y planes especiales que organizan el desarrollo futuro.
Aunque lo más llamativo, evidente y notorio sea la edificación, construir es el último paso de un larguísimo proceso, en el que, lo verdaderamente importante, es el planeamiento, es decir, la organización general y particularizada de la ciudad.
Por eso, en las crisis se debe hacer lo más importante para una ciudad: pensarla y planificarla porque lo más triste de una crisis no es sufrirla sino, además, no aprender de ella. Lo peor sería que, ahora que parece que empieza a escampar, ávidamente retomemos el entedimiento de la ciudad como tablero de juego para la especulación y la ganancia cortoplacista. Por supuesto, siempre a costa –porque no puede ser de otro modo– de imposibilitar la verdadera rentabilidad (no sólo) económica, ya que el crecimiento por adición de excrecencias, en cualquier disciplina, sólo puede ser de naturaleza deficitaria y patológica.
Es fundamental que los ciudadanos tengamos presentes que es el momento de pensar en nuestras ciudades porque, aunque los técnicos seamos los ejecutores y guías, nuestro actual ordenamiento jurídico reglamenta al ciudadano como importantísimo actor en las decisiones colectivas. Es tiempo de pensar, debatir y planificar porque decidimos el éxito de nuestra ciudad en los próximos veinte años.