viernes 22 noviembre 2024
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Lo pronto que llega el «verano»

(A Rosa María Arjona Leyva en su jubilación)

Vuelve otro otoño y con él un nuevo curso que tiene para ti un significado y un sabor bien distinto al de otros años. Ya sé que tu «jubiloso» estado sin duda te tiene exultante y a la vez estás ufana por eludir, in extremis podría decirse, las duras restricciones que en asuntos de jubilación nos tememos quienes ya llevamos casi puesta fecha de caducidad en la tarea docente.

Sin embargo este octubre también viene cargado de emociones y algún que otro pellizco que aprieta más de la cuenta, por mucho que tu sonrisa se ilumine ante la perspectiva del regalo que es disponer ahora de tiempo para realizar esos sueños que llevan demasiado tiempo aparcados en algún rincón de tu «almario»; o tiempo para engancharte al ordenador hasta esas altas horas en que las complicidades suelen hacer de las suyas,  pero ya sin la tortura de tener que madrugar.

Encima, miel sobre hojuelas si te pagan sin trabajar y, lo que es mejor, sin tener que pasar por las horcas caudinas d
 e tantos cursos de camuflaje –¡digo!, de reciclaje– que hemos padecido hasta el aburrimiento, pero con resignación, a horas en que lo más gratificante hubiera sido una buena siesta, sin anuncios en la tele y con la dulce compañía de Marcelino y Manolita de «Amor en tiempos revueltos».

Bueno, a fin de cuentas no es sino el merecido retiro para alguien como tú que has sabido sembrar el camino de ilusiones para cientos de chavales que han pasado por tu clase a lo largo de tantos años de docencia. Un camino que tú has recorrido con mucha dignidad, poderío y la cabeza bien alta, ni más ni menos que como supieron con maestría inculcarte tus queridos padres; y que si bien en el ámbito meramente docente fue sin duda más que glorioso, también te puso la vida a prueba con alguna que otra zancadilla que con tu envidiable y decidido espíritu supiste sortear con la fuerza y firme convicción de que siempre has hecho gala.

Con la llegada de octubre, como cada año, ya ves que se llena de algodones el cielo y vuelven, fieles a su cita anual con la chiquillería, los quebrados, las cordilleras, el subjuntivo de algún enrevesado verbo y otros intrusos de parecido pelaje. Y mientras la pizarra rebosa de divisiones y oraciones «insubordinadas» a las que nadie se atreve a meter mano,  estoy seguro de que en estos últimos días por tu alma has visto pasar un incesante desfile de personajes que te habrán traído recuerdos coleccionados a lo largo de todos estos años en que has volcado la ilusión que un día te empujó a ser maestra: Como aquel niño inmigrante a quien, además de darle todo tu afecto y en ocasiones hasta algún que otro besillo balsámico, más de una vez le limpiaste lágrimas empecinadas en testimoniar el recuerdo de familiares y amigos que se quedaron a miles de kilómetros de distancia; o como aquella niña que, a la entrada al cole, cada día te regalaba una sonrisa por l
 o bien que le habías enseñado a multiplicar con la tabla del nueve sentimientos que sólo brotan del corazón.

Sin olvidarme, por supuesto, de aquella joven compañera tuya, recién estrenada en la docencia, que encontró en ti ese apoyo tan necesario  cuando te enfrentas por primera vez a una panda de zangolotinos de esos que, quienes estamos metidos en este mundillo, nos encontramos de vez en cuando. A todos ellos les regalaste tu amabilidad, tu paciencia, tu dulzura y tu cariño, no sin antes salpimentarlo con una pizca de esa rebeldía que aprendimos de nuestros padres.

Por todo eso sé que hoy estás contenta –bien que me alegro de ello- y puedes sentirte muy orgullosa de todo lo que has sembrado en el corazón de tus alumnos y de tus compañeros durante todos estos años. Pero también  ahora, al soltar la tiza, apagar la dichosa pizarra digital y comprobar lo pronto que llega el «verano», ése por el que tanto suspiramos los profes y que poco tiene que ver con lo meteorológico, siento que se retira a sus cuarteles de otoño una gran maestra, mejor persona si cabe, y que para mí es sencillamente la prima Rosi, una  mujer con letras mayúsculas. ¡Felicidades, guapa!

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