jueves 21 noviembre 2024

Pan y rosas

El pasado 8 de marzo se celebró el día internacional de la mujer y creo que no se me puede tachar de exagerado, si digo que aún quedan muchas por hacer hasta que se consiga la igualdad real entre hombres y mujeres. Esto es algo por lo que debemos luchar de forma unánime y a diario, tanto en nuestro entorno como en las instituciones que nos rodean. Por eso, quiero desde aquí manifestar mi malestar con una institución a la que respeto y admiro (como podéis imaginar). Esta institución es la Real Academia de la Lengua (RAE).

La RAE se fundó en Madrid en el año 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga y en 1715 se elige el actual lema de “fija, limpia y da esplendor”. Desde sus orígenes, “la institución se ha dedicado a preservar – mediante actividades, obras y publicaciones– el buen uso y la unidad de una lengua en permanente evolución y expansión”.

Ahora bien, en sus más de 300 años de historia, sus sillones han sido ocupados por una amplia mayoría de hombres. Diría más bien una abrumadora mayoría, ya que durante todo este tiempo han sido nombradas académicas 11 mujeres de los 486 académicos totales. Siendo Carmen Conde la primera mujer académica, ocupando la letra “K” en 1978. Le siguieron Elena Quiroga (1984), Ana María Matute (1998), Carmen Iglesias (2002), Margarita Salas (2003), Soledad Puértolas (2010), Inés Fernández-Ordoñez (2011), Carme Riera (2013), Aurora Egido (2014), Clara Janés (2016) y Paz Battaner (2017). Perdónenme los hombres por no nombrarlos, pero creo que sería una lista demasiado extensa. ¿No creen ustedes? No creo que durante todo este tiempo transcurrido no haya habido más mujeres merecedoras de ocupar los sillones de la RAE. Más bien al contrario, creo que han sido muchas las merecedoras de tal honor, pero esta como otras muchas instituciones del Estado han permanecido de espaldas a la sociedad plural que les rodea. Y lo que es peor. Siguen sin abrir sus puertas a quienes merecen el reconocimiento a su trabajo lleno de obstáculos y “techos de cristal”. 

Por esto y otras muchas cosas como la discriminación, la violencia de género, la falta de inclusión, la desigualdad salarial… creo que nunca deberíamos olvidar y celebrar el 8 de marzo como se merece y por quienes lo merecen, ya que ese 8 de marzo de 1857, las mujeres ya pedían “pan y rosas”.

Mi homenaje desde estas líneas a todas las mujeres que han luchado en primera línea frente a esta pandemia que nos azota. Que, por cierto, son mayoría.

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