Al alcanzar el tan soñado día de tu jubilación no quiero quedarme al margen de este evento que tanto supone para ti como para quienes, de una u otra forma, te hemos acompañado desde aquel día en que, llena de ilusión, decidiste transitar por los angostos caminos de la docencia, a veces tan gloriosos –las más de las veces– como llenos de sinsabores en otras que afortunadamente son las menos.
Permíteme hablarte en primera persona del plural porque son muchas las personas que hoy, con motivo de tu jubilación, se apiñan en tu corazón como también se apretujaban aquellos chiquillos, arrecíos en invierno y acalorados en mayo, en aquellos viejos y desvencijados pupitres de tu primera escuela en Arroyo Coche; con tanto empeño por aprender los nombres de las provincias españolas y a escribir sin faltas de ortografía como dispuestos a ganarse el cariño de su joven y guapa señorita.
Así que aquí está, sin duda asomándose de alguna manera, aquel chiquillo que, aun teniendo que recorrer diariamente varios kilómetros para llegar a su querida escuela, apareció un día con aquel hermoso anillejo de espárragos que había conseguido la tarde anterior pateándose durante un buen rato las escarpadas lomas de aquellos contornos. Y también cómo no, ese otro que apenas hace unos días, después de afrontar tantos problemas de aprendizaje, al fin logró como un gran triunfo un estupendo sobresaliente en un examen de esos que decimos para enmarcar.
Su sonrisa de satisfacción, después de tanto esfuerzo, lo decía todo; lástima que, unos minutos después, unas lágrimas resbalaran por sus sonrojados mofletes ensombreciendo la alegría por su sobresaliente. (…)
Hace tiempo que muchos de ellos se hicieron ya mayores y otros no tardarán demasiado en serlo, pero seguro que tendrán siempre muy presentes los dulces años en que tanta ilusión y afán por aprender supiste inculcarles.
Vendrían luego otros destinos y, a la vez que seguiste sembrando nobles sentimientos en el alma de tus alumnos, coleccionaste hermosas amistades que has sabido cultivar durante tus muchos años de docencia.
En una labor callada y tenaz te has hecho grande como maestra y has logrado encandilar, haciendo honor a tu nombre, a cuantos te rodean; desde el niño más puñetero hasta la madre más quisquillosa.
(…)
Sólo que algunos se van casi de puntillas y tú, querida señorita Candelaria, lo haces con el “almario” repleto de preciosas vivencias que has compartido con tus queridos compañeros y con los cientos de alumnos que han pasado por tu clase, a quienes has sabido conquistar con una gran dosis de maestría y entregándoles muchísimo afecto.
Tanto como el que hoy queremos testimoniarte, como tú te mereces, quienes tenemos la suerte de disfrutar de tu compañía. ¡Felicidades, guapa!.
A Candelaria Arjona Alcoholado en su jubilación.
JUAN LEIVA LEÓN