El pasado 20 de diciembre, los que lo hicimos, fuimos a votar con la certeza de que España no podía aguantar más inmundicias, no podía soportar tanto desgobierno, y con la esperanza de ver si la pseudodemocracia española era capaz de poner orden y traer aires nuevos para enfrentarnos a escenarios que permitan la recuperación de nuestro país. Sí, así de claro. España necesita una regeneración moral, ética y luego, hablamos de política.
Pero no ha sido así. Cuatro meses más tarde y tras numerosos actos circenses protagonizados por políticos de toda índole, unos con falta de aptitud y conocimientos de manual, otros con ganas de seguir trincando y, los menos, con verdaderas ganas de trabajar para formar gobierno, han demostrado que no hay nivel para liderar la situación. España una vez más se pierde en el desgobierno y en el despelote más absoluto. ¿Se han planteado algunos los momentos por los que estamos atravesando? Pues es fácil dar respuesta. La corrupción se extiende como una inmensa mancha de aceite (además de oliva virgen extra porque no se puede robar más) por toda la península; el paro se sigue manteniendo salvo en momentos y horas punta, y la economía sigue en punto muerto y no se le ven visos de arrancar.
Cuatro meses, con ganas de trabajar y hacer proyectos dan para mucho, pero quienes se han puesto a hacerlo no conocían el significado de ese término. Han sido meses de diversas rondas de consultas, de apariciones y desapariciones, pero sobre todo de tomadura de pelo a unos españoles que ahora tienen que soportar el gasto desorbitado de unas nuevas elecciones. Llegados a este punto, me pregunto, ¿hay alguna posibilidad de que las elecciones de junio sirvan para solucionar algo? Dudo mucho que quienes no lo han hecho encuentren caminos convergentes si los resultados son los mismos.
Se espera una más baja participación. Los españoles han podido comprobar que su voto no ha servido para nada, que los elegidos el pasado 20D han perdido por completo el sentido de Estado. Y todo ello porque España es una país que siempre ha disfrutado y luego se ha preocupado. En esta ocasión el ponerse de acuerdo no era confrontar políticas para consensuar posturas, sino pedir sillones y ocupar puestos. O sea, preocuparse por agarrarse al cargo que le permita seguir “chupando” de una olla a la que prefiero no asomarme.