En la antigüedad, uno de los castigos más populares y, a la vez, más crueles que podían existir era la condena a la muerte en la hoguera. Muchos fueron los que pasaron por ahí, acusados de traición, herejía, robo o incluso brujería. Afortunadamente, tal práctica se extinguió hace ya algunos siglos, pero ahora me vuelve a sonar tan familiar…
Las redes sociales, esa plaza pública que tan habitualmente carece de control, lleva varios meses removiendo mi conciencia. El populismo se ha hecho el rey de la fiesta en lugares como Twitter. Escribir algo, sobre cualquier tema y que otra persona no esté de acuerdo, significa ver llover en tus notificaciones palabras malsonantes, valoraciones infundadas, perjuicios y prejuicios.
Internet ha traído innumerables ventajas a nuestro mundo, no seré yo el que demonice la red de redes, pero sí es cierto que sin el debido control (¿cómo controlar a cada uno de los ciudadanos del mundo?), podemos tener entre manos una herramienta muy peligrosa.
Parece que, casi sin darnos cuenta, las redes están radicalizando nuestro discurso. Lo hacen porque solemos “seguir” en Internet a quien relata un discurso parecido al nuestro, contamos de cerca con opiniones –políticas o de cualquier tipo– que sean similares a la nuestra, leemos lo que nos gusta leer, lo que se acerca a nuestras convicciones. “¿Para qué voy a seguir en Twitter a alguien del PP si soy del PSOE?”, dirá alguien.
Este tipo de actitud nos hace más intolerantes con lo que piensa el resto, quizá porque estamos convencidos de que ese ruido que nos gusta escuchar es el cierto y no hay otro, sin reparar en que otro discurso es tan aceptable como el nuestro y que, aunque no lo compartamos, está ahí y debemos escucharlo para formarnos una idea lo más objetiva posible.
Las redes sociales son, actualmente, un campo de batalla donde algunos tratan de imponer su ideario, cueste lo que cueste. Aunque sea a través de discursos populistas o con mentiras. Y algunos –quizá los más vulnerables socioculturalmente hablando– se lo creen. Y ahí está el problema, donde una noticia falsa puede hacerse “viral” y convertirse en verdad. Ese es el problema. ¿De verdad hemos llegado al siglo XXI para volver a la hoguera?