Veo el alumbrado navideño, pocas horas restan para su inauguración y está a la espera de ser contemplado y admirado. Una simulación de globos con los colores del parchís descansan en mi propia baranda. Destellos de luz y fantasía que iluminarán el salón de mi casa en las próximas fiestas. Unos metros por detrás en la confluencia que forma la calle Comedias con Rodaljarros, una bola de gran tamaño se une y rodea de otras ocho más pequeñas.
Podemos hace volar la imaginación y ver el sol acariciado por sus planetas, y la tierra de observadora hacia ese misterio que el universo nos deja entrever y comprender sabiendo esa paradoja que aprendimos en clases de geografía de que es infinito pero que también tiene límites. Y con estos juegos de niños de ver cómo compiten en belleza uno y otro alumbrado, repaso deprisa la calle para ver si va a tono con su engalanamiento.
No puedo evitarlo y, aunque sólo lo miro de soslayo, el solar de la antigua telefónica anda selvático y en un grado considerable de abandono. Cuesta creer que en pleno centro de la ciudad, una basta tela metálica sea la única protección de un espacio caótico. Para colmo de males, siempre hay alguna abuela con corazón de naturaleza, rememorando su infancia, que se acerca a dejar comida a los gatos, lo que añade un punto más de dejadez al solar. ¿No es posible aislarlo con una tapia? Muchas se ven tapando los huecos que las construcciones antiguas han ido dejando por nuestras calles. Y no acierto a comprender como el ayuntamiento no pone fin a la sinrazón y falta de entendederas de sus posibles dueños. La calle es de todos y no tenemos que soportar que unos cuantos no se pongan de acuerdo.
Pese así las fiestas viene pidiendo paso, alegres, entrañables y con ganas de hacernos disfrutar de familia y amigos, aunque tengamos que seguir trabajando por tener una ciudad limpia, sin escapes que la afeen.