Mientras nos preocupábamos de quién iba a ganar el clásico, si Real Madrid o Barcelona, de si Cristiano marcaría diferencias o Messi se saldría, de si la tarjeta roja a Ramos era o no, en el otro lado del charco, en Venezuela, la crispación seguía haciendo presencia en las calles.
No me voy a poner a favor de uno ni de otro, aunque siempre inclino mi balanza en favor de las injusticias, de los más débiles, de aquellos que si protestan en las calles de esta forma, por algo lo harán. Mientras nos ocupamos una vez más del fútbol, los jóvenes venezolanos no tienen miedo de poner su vida por delante con tal de acabar con la situación en un país que los tiene ahogados, asfixiados.
¿Qué sentido tiene ser intransigente, usar la violencia y las fuerzas militares para acabar con un pueblo que pide a gritos un cambio? Eso lo saben bien allí, y por eso no dudan en estar fuera, protestando, luchando como nunca por su libertad incluso jugándose su propia vida. Una vida que servirá para ser vehículo del futuro, porque en el presente, parece que muchos no se enteran de lo que ocurre allí.
Digan lo que digan, Venezuela es una dictadura donde solo vale un sentido y donde una palabra es suficiente para acabar con el que está delante, sea mayor, joven o niño. ¿No ven que con esto no se llega nada? ¿No ven que a pesar de todo el temor y amenazadas la búsqueda de la libertad impera en los corazones de los que protestan? ¿Hasta cuándo permitiremos que sigan así?
Mientras aquí, seguiremos preocupándonos por el final de Liga, por la Champions, por las miles de noticias sin fundamento que se empeñan en taparnos los ojos y entretenernos para no ver la realidad que sacude al mundo, la intolerancia.
