La representación de Antequera que analizamos en estas líneas se incluye en la obra Civitates Orbis Terrarum o Ciudades del Mundo, un proyecto editorial concebido como un complemento al atlas de Abraham Ortelius, Theatrum Orbis Terrarum (1570) y que llegó a convertirse en la colección más completa publicada durante la Edad Moderna de vistas panorámicas, planos y comentarios textuales de ciudades.
El ideólogo y coordinador de este proyecto fue Georg Braun (1541-1622), canónigo de la catedral alemana de Colonia, quien acompañado de un amplísimo equipo de informantes, dibujantes y colaboradores dieron forma a tan magna obra. Los dibujos originales fueron realizados por varios autores, entre los que cabe destacar Joris Hoefnagel, artista flamenco que recorrió en persona numerosos países del mundo para componer sus vistas a partir de bocetos hechos in situ.
Hoefnagel viajó por España desde 1563 a 1567, donde posiblemente coincidió con Anton Van der Wyngaerde, quien estaba haciendo un encargo similar para Felipe II, según vimos en el pasado artículo. Ciertamente, las vistas de Wyngaerde pudieron inspirar algunos de los paisajes de Hoefnagel, en comparativa más espectaculares y escenográficos, pero menos meticulosos. El sacrificio de la técnica a favor de la anécdota devaluó durante mucho tiempo la categoría artística de Hoefnagel, cuando, sin perder nunca el criterio topográfico, la ingenuidad impresa en sus dibujos obedecía a un plan marcado por el propio Braun.
La introducción de figuras humanas y escenas de la vida cotidiana fuera de escala, en los primeros planos de sus dibujos, ponía a éstos a salvo de caer en manos del turco y sus piratas, pues el interés de conocer el territorio, sobre todo del litoral, por parte del enemigo islámico, se veía coartado por la prohibición religiosa del Islam hacia las representaciones antropomorfas. Sin duda, nos encontramos ante la imagen de Antequera más difundida y conocida en todo el mundo durante dos siglos (XVI y XVII) gracias a las continuas reediciones del Civitatis Orbis i Terrarum, poniendo de relieve su importancia en aquellas centurias.
Lo primero que llama la atención de la Antequera de Hoefnagel es la relevancia otorgada por el artista a su impresionante situación en la falda del Torcal. La volumetría de los montes fue deliberadamente sobredimensionada para hacer la panorámica aún más espectacular y efectista. El lugar elegido para captar esta vista fue la zona noroeste, en el cerro donde actualmente está el monumento del Corazón de Jesús, del escultor antequerano Francisco Palma García.
El telón de fondo compuesto por las elevaciones rocosas tiene en su centro “la boca del asno”, un accidente geográfico que indicaba el camino hacia Málaga. El deslumbrante cerco nuboso contribuye a crear una atmósfera con tintes románticos, acentuada con una bandada de aves migratorias volando en forma de V. La parte alta o acrópolis aparece señoreada por la Alcazaba musulmana, el Arco de los Gigantes, la Colegiata de Santa María y la muralla, perfectamente conservada. A sus pies brota y discurre por el llano una metrópoli populosa y floreciente. Sin duda, reconocemos en el frondoso entramado urbano multitud de iglesias (coloreadas en tonos verdosos), entre las cuales distinguimos las cinco parroquias o colaciones en las que se distribuía el vecindario antequerano: Santa María, San Isidro, San Pedro, San Juan y San Sebastián, destacando por su dimensión esta última, la cual llegó a ser colegiata en 1692.
Los supravalorados recursos naturales de Antequera son el principal objeto de atención del artista, integrando la urbe con el entorno rural a fin de resaltar la interacción del hombre con el medio, reproduciendo con detalle especies silvestres, matorrales y huertas en pos del detalle y la hermosura del paisaje.
Sin duda, la agricultura era la base de la riqueza, explotada su extensa vega por labriegos asalariados. Llama la atención la tinaja situada en primer plano, emblema del sistema seguido para la conservación de toda clase de productos alimenticios: Agua, vino, aceite, olivas, cereal… verdaderas despensas donde se guardaban los alimentos y bebidas requeridos por una familia para abastecerse durante todo un año. Junto a la tinaja, dos personajes con horcas, como símbolo de la agricultura, aparecen ataviados con atuendos pastoriles, haciendo hincapié en la riqueza agropecuaria de la zona. La singular belleza de esta composición marcará las representaciones del paisaje urbano posteriores hasta el punto de llegar a ser simples versiones de este original y hermoso paisaje.