· Primera lectura:
Miqueas 5, 1-4.
· Salmo responsorial:
Salmos, 79. “Oh Dios,
restáuranos, que brille tu
rostro y nos salve”.
· Segunda lectura:
Hebreos 10, 5-10.
· Evangelio: Lucas 1, 39-45.
¡Como corre el tiempo! Tras recorrer el camino del Adviento, de nuevo hemos llegado a las puertas de la Navidad, con la celebración del último domingo de este tiempo de preparación. Poco a poco se han ido iluminando nuestras calles y ambientando nuestros hogares, pues la celebración de la venida del Señor, el nacimiento del Hijo de Dios en Belén está a punto de llegar.
Incluso podemos decir que nos encontramos en el fin de semana de la «salud», después de que la mano inocente de los niños de san Ildefonso no se haya acordado de nuestro número, ¿verdad? Pues en medio de esos preparativos, de la vuelta a casa por Navidad de los que normalmente nos encontramos lejos del hogar, o de las celebraciones con los amigos y los compañeros de trabajo, propias de estos días, nos aparece este domingo. Por eso la primera pregunta que podemos hacernos es: y nuestra preparación, ¿cómo está? ¿Hemos aprovechado el Adviento o llega la Navidad porque «toca»? Eso explicaría que en lugar de vivir estos días en profundidad, muchos de nosotros nos quedemos en la superficie de los preparativos, o caemos de lleno en esa ola de consumismo y de compras que nos acompaña durante estos días.
O aún más triste, no hemos preparado nada porque tenemos la sensación de que no tenemos nada que celebrar, ya que el dolor del recuerdo de quienes nos faltan llenan estas fiestas. Pero la Vida y el Amor son siempre más fuertes que todas esas limitaciones. Buen ejemplo de ello son la existencia de tantas personas que han sabido abrir su vida «de par en par» a Dios. Como hemos podido ver en este Adviento. Entre todos ellos destaca la gran protagonista de este domingo, domingo que tiene nombre de mujer: María, la Madre del Señor y nuestra Madre. Pues, ¿hay una cosa más hermosa que contemplar y admirarse ante la presencia de una embarazada, manifestando la vida que lleva en su seno? Ese bello hecho solo se ve superado por el encuentro de dos madres, como tan poéticamente presenta san Lucas en el fragmento del evangelio de hoy, al relatarnos la Visitación de María a su prima Isabel.Ella creía lo que Gabriel le había dicho en la Anunciación. Con su sí, María acogió a su hijo en su vientre.
Pero ese «si» es dinámico. Su respuesta al mensajero de Dios no fue quedarse en su casa meditando sobre lo ocurrido, sino que a ese anuncio divino le sirve para ponerse en camino. Así recorre Israel «de punta a punta» para ayudar a su pariente a preparar la llegada de ese esperado hijo en la vejez. El «fiat» de María le lleva a cumplir la voluntad de Dios. Y eso nos enseña la gran lección de este evangelio: hacer en nuestra vida de verdad lo que Dios quiere solo se puede comprobar en cómo es nuestra actuación con los demás, especialmente ante quien más lo necesita, como era el caso de Isabel. Es curioso el recibimiento de esta anciana a su prima recién llegada de Nazaret: María la criatura está saltando de gozo ante tus palabras. Esa es la alegría de Dios, la que llega de verdad a lo más hondo de su ser.
Además lo completa con una «Bienaventuranza»: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá». María va a ser la Madre del Hijo de Dios. Pero ella concibió a Jesús antes en su corazón que en su seno. Ella creía lo que Gabriel le había dicho sobre su hijo. Creía en Dios y esperaba que fuese el verdadero liberador de Israel. Y con su sí, María acogió ese hijo en su corazón. Esto hizo posible que el Amor de Dios inundara el mundo. Ojalá esta sea nuestra actitud para comenzar estas fiestas. ¡Feliz y Santa Navidad para todos!