Somos fuerzas porque somos vidas. En la terraza alzada sobre el mar, en la planicie que se eleva sencilla y casi olvidada de la ciudad, se oyen notas combinadas, rítmicas, acompasadas. El viento intenso no llega a las partituras angostas de los pasillos que esconden anotaciones de silencios y complicidad de violines. La batuta movida por el director, cual varita mágica, despierta con un “la” rotundo las cuerdas de las violas.
Es hora de que los compases vuelen sobre nuestras cabezas como si de mariposas se tratasen. Irrumpe un vibrato de chelo con la argucia de ser un poco más alto, un tanto más inquietante. Es así como el Caballero Oscuro entra en escena, y con él Hans Zimmer. Turbador, profundo, desgarrado, inmenso. Gritos desgarrados inundan el espacio y el corazón siente que la música lo cura todo o te devuelve las creencias sobre el ser humano.
Avanzan las sombras de la noche.Un piano de sonido acentuado nos trae las imágenes de Pearl Harbor o de un Gladiator convertido en héroe mientras la brisa vespertina acaricia las espigas de trigo seco. Baquetas y platillos que marcan un antes y después de las historias que se interpretan. Solo se oye por imaginar que no quede, un ligero deslizar de suspiros humanos que esperan elevarse sobre los asientos del salón del auditorio que, vacío es imponente y lleno, impone.
John Willians y con él entran las naves ancestrales ya de StarWars o la magia acústica de Parque Jurásico junto a la melancolía esperanzada de La lista de Schindler, en el que un solo de violín arranca lágrimas pero devuelve sonrisas sin detenerse en el dolor. Indiana Jones y sus cabalgadas míticas por desiertos y aventuras.Compositores de talento, profesores aclamados, público entregado, deseoso de oír más, de disfrutar con las siguientes notas. Silencio. La música suena de nuevo. ¡Disfruto!