No es una cuestión de número, porque nunca sabremos la cifra real, ni de siglas, ni de color, es una cuestión de vida. Ahora ninguna de estas mujeres asesinadas, por violencia de género podrán pasear por las calles de su pueblo ciudad, ni oler el plato apetitoso de su madre, ni tocar la suave superficie de un espejo o la áspera concordia de una pared encalada. O abrazar a sus hijos.
“Por violencia contra las mujeres se debe entender una violación de los derechos humanos y una forma de discriminación contra las mujeres, y designa todos los actos de violencia basados en el género que implican o pueden implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, en la vida pública o privada”.
No son mis palabras, es la ley. Las mujeres no somos cifras, pero me gustaría comentar que antes del 2003 las mujeres muertas por violencia, no hacían número, no se tenían en cuenta ni para eso. Hay negacionismo por parte de partido de extrema derecha, pero no pueden obviar que las lápidas de las asesinadas tienen su nombre, su fecha de nacimiento y la de su muerte. ¿O también van a rechazar esto amparándose en lo que llaman chiringuitos?
En mi opinión, el abandono institucional fue durante años el enemigo más despiadado de la lucha contra la violencia de género. Fue fundamental el trabajo de las organizaciones de mujeres, pues ellas lograron que la gente empezara a tomas conciencia de lo que ocurría, tomando como plataforma de salida el asesinato de Ana Orantes. Desgraciado suceso, pero tras su muerte se visualizó el día a día de una víctima de malos tratos y el abandono que había del tema. ¡Quiero vivir aún! Gritan las gargantas calladas por la violencia. Aun así, las víctimas tienen voz.