Cada día, me siento más dura de entendederas. La edad, que va cobrando el peaje completo, sin rebajas ni discusiones gubernamentales, sale al encuentro de las comunicaciones que no logra entender con claridad. Y ha tropezado con la feria de primavera. Lejos estoy de emular la valentía de “la Libertad guiando al pueblo”, pero sí que puedo ponerme en cabeza, como la principal torpe, sirviendo de guía a quienes tengan las mismas dudas que yo.
Feria con aforo y sin aglomeraciones. Parte de cultura que lo habrán pensado bien, ateniéndose a todas las circunstancias que nos rodean, hasta ahí, todo parece perfecto. ¿Pero eso es una feria? ¿Sin bullas? ¿Dónde dejamos el apelotonamiento decente que hace vibrar la diversión? Habría que inventar una palabra que se adaptara al momento, quizá la ministra de Igualdad, empeñada en modificar el diccionario y volver locos a los ilustres académicos, nos podría echar una mano y dejarlo en ferie, término bastante más apropiado.
Hablar de feria es palabra mayor, es mayúscula cada una de sus sílabas. La única actividad social, de tantas a las que tenemos que asistir en nuestra vida, a la que nadie acude triste. Embarga la emoción, la felicidad se adueña hasta de los farolillos, que juegan con el viento dándole más vaivenes a la propaganda que representan que todas las crisis que haya podido sufrir la empresa anunciadora. La feria es arte y entretenimiento, aparcar unos días las penas para llenarnos de positividad y sentirnos disfrutones, es la mejor receta para sosegar el estado de ánimo. Por eso una feria no puede ni ser virtual, ni a medias.Precisamente, la libertad, es una de sus características esenciales.
Reconociendo el esfuerzo que hace el equipo municipal para tratar de ilusionar en los tiempos que corren, les pido que me dejen seguir soñando con la FERIA que vivimos y la que, si Dios quiere, volveremos a recuperar con intensidad; pero no empleen ese nombre de cualquier manera. A mí me parece muy principal.
